lunes, 27 de septiembre de 2010

Jimmy, el skater

Dentro de tres días se cumplirán cuatro años desde que Manuel Jove, empresario gallego de gran éxito, vendiera las acciones de su constructora Fadesa a Fernando Martín, recordado por haberse empeñado en pasar a la historia como el presidente más irrisorio del Real Madrid. Al poco tiempo de pegársela con el fútbol, la crisis crujió a éste pucelano que también pasará a la posteridad como el responsable de una de las suspensiones de pagos más grandes de todos los tiempos en España.

Hoy tenemos a otro tipo que se la ha pegado al poco de comprar un negocio, aunque de un modo un tanto diferente al de Fernando con Martinsa-Fadesa. Se llama Jimmy Helselden, compró en enero la empresa responsable de los no muy exitosos patinetes eléctricos Segway, y al parecer una caída tonta probando uno de sus prototipos le ha llevado al hoyo.

Hasta aquí la actualidad de hoy. Me han dicho en el trabajo no se qué de que la ONU está moviendo lo de establecer un embajador interplanetario pero no encuentro suficiente información en Google que garantice unas fuentes fiables que se ajusten al rigor con el que se tratan los temas en este blog y no voy a empezar a basarme en chismorreos de retrete.

Como no quiero hacer mucha sangre con la noticia del fallecimiento del Señor Heselden ni cebarme con el invento, distraigamos la atención de los lectores con un fotomontaje que he hecho de Sergio Ramos con pechos para comprobar mi progreso con el Paint.


Descanse en paz.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Pelaya y Covadongo, un amor maloliente

Pelaya Caleya se crió en el mismo pueblo donde los Flowers veraneaban hasta que el lugar empezó a oler a pis. Su padre, Pelayu, había decidido retirarse del piragüismo tras haber sido acusado de tongo en su última carrera por un tema de kamikacismo contra el aspirante, que le pisaba los talones a unos metros de la meta en Ribademierda. La muerte del hombre bala había impedido que los hechos se aclarasen y Pelayu había tenido que tirar con su ya no tan excelente reputación hasta la frontera en Ribadeo, Lugo, donde sin cambiar mucho de aires podría tener el retiro dorado con el que siempre soñó.

Pelaya había nacido resultado de un mertesacker fortuito de Pelayu con una admiradora conquistada una noche de las fiestas patronales en la cola del pulpo. Tal y como hiciera años después Cristiano Ronaldo, el señor Caleya había decidido pagar a la muchacha un dinerillo para mantenerla en el anonimato, librándose de ella y asumiendo la educación de su hija como un single responsable en familia monoparental.

Pero la adaptación de Pelaya a Ribadeo no fue precisamente un camino de rosas. La chica era zurda cerrada y el hecho de que se confundiese contínuamente haciendo la señal de la cruz le hizo repetir catequesis hasta los diecisiete años. Esto le alejó bastante de la fauna contemporánea y además, no acababa de cogerle el tranquillo a la gaita. Por este motivo, el cura del pueblo, un sacerdote moderno muy implicado en que los niños desarrollasen habilidades manuales, se empeñó en que la chiquilla practicase con el instrumento después de catequesis hasta que dejó de repetir curso. El puso la teoría y el material hasta que un día la niña se emocionó con el fa, marcó la gaita con los dientes y el cura decidió darle su primera oblea con la mano derecha.

Visto que la muchacha no apuntaba maneras de monja, Pelayu andaba mosqueado porque no le hacía ilusión que la niña se echase precozmente un novio gallego. Siempre había desconfiado de esta clase de occidentales y además le daba miedo que el tipo no continuase la saga asturiana negándose a llamar a su nieto Pelayo.

La situación era complicada y para tener vigilada a Pelaya, Caleya Senior intentó aficionarla a sus hobbies con el objetivo estar unidos, pero la chica se pudría pescando y empezó a llevársela a Rinlo a la captura furtiva de percebes. El caso es que aunque al principio Pelaya no le ponía mucho ímpetu, poco a poco los dos fueron descubriendo que la gran destreza que la chica había desarrollado con sus manos después de pasarse media vida en poscatequesis, venía fenomenal para limpiar la zona de bichos. Al final de cada jornada, una vez capturado el botín, su padre le hacía esconderse el género bajo la ropa interior para escapar de los percebeiros oficiales, con muy mala hostia y un acento así como entre asturiano y portugués muy jodido de entender.

Padre e hija pasaron así de unidos una temporada larga, pero el hecho de que la chica no tuviese ningún amigo hacía que su padre se sintiese un poco corrupto. Veía como las chiquillas del pueblo se refregaban con futuros traficantes de droga y como tampoco quería que a la muchacha se le acabase pasando el arroz, empezó a abrir la mano. Meses después, la chica ya había hecho pandilla y tenía algo de vida alejada de su padre. Sin embargo, no sabía si porque no dominaba el idioma o porque tocaba la gaita con demasiada intensidad, la muchacha no acertaba a arrejuntarse con ningún mozo de la zona, por lo que acabó quedándose sola de nuevo.

Fue entonces cuando Pelayu decidió encarar la situación y hablar a cara de perro con su hija. Era evidente que algo en todo este asunto olía mal, y sus sospechas se confirmaron cuando la muchacha le explicó que sus pretendientes siempre terminaban huyendo de ella en el momento en que pasaban de los primeros acordes de la gaita al exploramiento genital recíproco. Al parecer, el fuerte olor que desprendía Pelaya después de años utilizando sus bajos como almacén de marisco, espantaba a cualquier ser vivo con un mínimo de olfato que pudiese intoxicarse con la lonja caduca que la chica llevaba en la entrepierna.

Y así pasaron años hasta que una tarde bastante fea, Pelaya conoció a un tipo igual de feo y asturiano llamado Covadongo Otero. A su madre, Covadonga, se le había puesto en los huevos continuar la saga familiar del mismo modo que a los Caleya y había bautizado a su hijo con un nombre que no le traería pocas tollinas cada vez que el maestro pasaba lista. Covadongo tampoco había sido nunca el más listo de la clase, escupía bastante al hablar y mostraba poca destreza vocalizando, sobre todo con las emes y las enes, que se le atragantaban especialmente. Sin embargo, era muy cariñoso y las vegetaciones que tenía en las fosas nasales hacían que hasta la flatulencia sufrida por Pelayu Caleya, fruto de machacar su estómago a base de nostálgica fabada un día sí y un día no, le pasase desapercibida.

La cosa fue a más y los dos marginales terminaron pasando por el altar en una iglesia asturiana perdida en el monte que años después adquiriría en subasta Woody Allen, un enamorado de la tierra. Con su olor a pescado muerto, la pareja pasó un tiempo feliz hasta que llegó el momento de alumbrar al primer heredero de la dinastía Otero-Caleya. Covadongo o Pelayo, era la cuestión.

Al final ninguna de las partes cedió y acordaron llamar al niño David, un nombre de moda por aquel entonces y que la pareja asociaba a sus ídolos musicales, Bowie y Summers. Añadir que el parto fue sencillo para la madre, pero la mitad de la plantilla médica que la atendió cayo desmayada por la peste que salía de aquella fosa genital y Covadongo se agarró una llorera de espanto, no tanto por la emoción sino porque sus ojos no pudieron permanecer inmunes en el paritorio ante tal hedor nuclear.

Por tanto, debido a las circunstancias que rodearon el alumbramiendo, es evidente que el niño no salió oliendo a Sport Man. El chaval cantaba a trucha muerta que tiraba para atrás y aunque le tuvieron flotando en una bañera llena de jabón Magno con friegas constantes durante mes y medio no hubo nada que hacer. David fue creciendo acompañado por su amigo mocoso Ebilio mientras en el pueblo se le empezó a conocer como "el pescao".

Al final el chaval salió medio sano y rechazó aficionarse a la gaita como le recomendó su madre, prefiriendo la guitarra. Ejerció la maniobra del feo de moda dejándose el pelo largo y barba a lo Santi Millán para que nadie pudiese verle el careto y montó un grupo de música con un primo suyo bastante gilipollas, que al igual que su padre tenía problemas de pronunciación y era un pregordo chulesco madrileño.

Tuvieron mucho éxito y aún suenan bastante en los 40 Principales. Hace poco "El pescao" ha sacado disco en solitario en una vuelta a sus orígenes que le ha hecho retomar el nombre que le hizo ser el tipo más apestado de su pueblo.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El pavo real

Hoy es domingo y me he levantado casi a las dos de la tarde. Como haga lo que haga no me voy a dormir antes de las tres, mirar fotos del Facebook para ver lo bien que se lo ha pasado la gente el finde era una solución razonable hasta que me he encontrado esto:


El Pavo Real es una práctica que podía haber descrito con palabras en cualquier otro capítulo de Guarrerías a Priori, pero entiendo que la imagen tiene un poder de impacto mayor que un discurso con instrucciones sobre cómo llevarlo a cabo.

No voy a escribir más porque se me está poniendo mal cuerpo. Feliz vuelta al cole.