domingo, 27 de septiembre de 2009

Camino de Dublín


Tras haber pasado unos días fuera de la gran ciudad traigo muchas cosas que contar, pero como desconozco con exactitud qué clase de enagenados mentales leen estas líneas, tengo que medirme para que el relato no me cree problemas. Por eso, en vez de tirar de historieta voy a mirar al futuro realizando una predicción de lo que me sucederá el próximo viernes cuando viaje a Irlanda. Esto no es porque haya nacido en mí el don divino de futurólogo, sino porque conociendo a los sujetos con los que voy y el contexto en el que nos moveremos, nuestra entrada en ése país lleno de enanos pelirrojos vestidos de verde será muy parecida a lo siguiente:

La salida del vuelo está prevista para las 22:10. Esto significa que como Ryanair tiene por norma no especificar la terminal de Barajas desde la que sale el avión, acabaremos quedando a las 20:15 en el Metro para llegar y recorrernos el aeropuerto en busca de nuestra terminal. Sin embargo, como es costumbre en nuestro círculo, la media hora de retraso con la que llegaremos todos destruirá todo tipo de predicciones.

Al no tener que facturar, el sujeto F, llegará confiado al control de pasajeros con una bolsa de mano en la que cabría la selección irlandesa de rugby al completo con dos o tres tupperware llenos de gazpacho y toda clase de enseres inservibles pero en cantidad suficiente como para sobrevivir un par de años en una isla desierta. No habrá problema, porque hurgará en su bolsillo y extraerá su dinero hecho una bola arrugada con algún pañuelo moqueado para pagar el exceso de equipaje sin aparente preocupación. Como no viene Tapia, ninguna madre tendrá que venir cagando leches al aeropuerto para traer el DNI a su hijo y pasaremos por el detector de metales dos o tres veces hasta que alguno descubra que es lo que me pita.

A pesar de los retrasos provocados por fallos de logística, habremos recuperado tiempo porque el ingeniero nos habrá guiado de forma eficiente a la terminal correcta, así que el viernes noche impondrá su ley y caerán unas cuantas latas de San Miguel. Sabemos de sobra que es una cerveza lamentable y que en Dublín nos hartaremos a birra, pero como es la única que venden en los Duty Free de Barajas le haremos el feo a nuestros paladares y comenzaremos el viaje medio cocidos.

A la hora de coger el avión no habrá ningún problema si a lo largo de la semana consigo que M.G. (Malena Gracia o Manuel Guisado) realice correctamente la facturación on-line y se imprima el billete. Por la otra parte, el ingeniero se habrá ocupado de todas las gestiones del sujeto F(ini), por lo que será improbable que a éste último le falte su pasaje a la capital del trébol.

Para subir a la aeronave, y debido a la inexistencia de numeración en los asientos de Ryanair, David, Fini y yo esperaremos una larga cola mientras contemplamos como nuestro amigo el Maradona de la trampa se cuela y elige asiento antes que nadie. Si no le vemos de lejos en primera clase será porque habrá convencido al Comandante para acompañarle en la cabina e incluso poder toquetear algún botoncito.

Una vez en el aire, Fini se gastará los veinte euros que le queden en un "suculento" menú a bordo con postre, café y copazo. Es probable que en este momento saque a pasear por primera vez su inglés afrancesado para intentar llegar a un acuerdo con alguna azafata que le deje fumarse un puro, pero este asunto se le olvidará cuando oiga a David pedirle papel desde el baño del avión.

El segundo momento aéreo de Manu llegará cuando comiencen a ofrecer el rasca de Ryanair, porque el Señor Guisado, además de solidario con la causa, gusta mucho de participar en cualquier juego de azar que se le ponga a tiro. De este modo, después de dejar la cabina del piloto completamente llena de rascas no premiados, es muy probable que engañe a algún pasajero para disfrutar del resto del viaje en su asiento mientras su sueño de aterrizar millonario se aplaza hasta el trayecto de vuelta.

Al pisar suelo irlandés, seguramente estaremos alrededor de una hora esperando por la maleta que Fini tuvo que facturar. Si no se la han perdido, llegará chorreando gazpacho y será la primera vez que catemos la fragancia que nos acompañará durante el resto de nuestra estancia en Irlanda. Tras cagarnos en todo, comenzará la búsqueda de un cajero para que el Fino saque euros al darse cuenta de que las libras que cambió pensando que íbamos a Londres no le valdrán en Dublín.

Cuando hayamos conseguido encontrar un Taxi que nos intente timar, llegaremos al albergue una vez entrada la madrugada y surgirá la pregunta: ¿Nos vamos de fiesta? En ese momento, cuando las costumbres del lugar aconsejen que nos quedemos a dormir, saldremos a buscar aventuras en la noche dublinesa. Probablemente todo lugar de recreo sin sexo de pago estará cerrado pero haremos el máximo de kilómetros por la ciudad mientras el ingeniero se hace la polla un lío con el mapa, Manu se parte la caja por algo que nadie sabe, yo pido que nos vayamos a casa y el camarero coyote se golpea la palma de la mano con el puño soltando un: “Hey chavales, pero si a mí me da igual, yo sólo quiero tomarme una caña en cualquier sitio…”.

Sobra decir que llegaremos al albergue al amanecer, empapados, sin un mililitro de cerveza en el estómago y escoltados por el mayor número de frikis, enanos de circo, borrachos y exmillonarios arruinados que Manuel haya conseguido recopilar por las calles de Dublín.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Los discapacitados se integran en el fútbol: Jugadores mancos y periodistas subnormales


Una de las tres últimas asignaturas obligatorias que tuve que cursar al final de periodismo fue "Ética y deontología periodística". Me llamó la atención que el tema de la ética periodística se tratase en el último cuatrimestre del año final de carrera, pero como los planes de estudio nunca han tenido piés ni cabeza lo acepté como había aceptado todo lo que había venido durante los cuatro cursos anteriores. Al fin y al cabo, sólo era una muestra más de que para ser periodista el tema de la ética es algo bastante secundario, al igual que el rigor o la verdad en campos como el cotilleo y el periodismo deportivo, donde sus dioses se pasan ciertos criterios teóricamente fundamentales por el forro.

De esas personas por encima del bien y del mal hay muchos en la prensa deportiva de este país. Empezando por José Ramón de la Morena, que se ha convertido en el mafiosillo que siempre acusó de ser a José María García, y llegando hasta Manuel Esteban alias “Manolete”, que es uno de los tíos más listos que he visto en mi vida, ya que cobra por decir la tontería más grande que se le ocurra. Al margen de éstos, tipos como Roberto Gómez se dedican en el bando del diario Marca a avergonzar al resto de compañeros de profesión cuando se llaman a sí mismos periodistas.

De todo esto ya estaba convencido hoy cuando me he despertado, pero se ha vuelto a confirmar cuando viendo el espacio de amiguetes que presentan Manolo Lama y Manu Carreño tras el parte de mediodía del Grupo Prisa, en una intriga tomatera de las que aprendieron muy bien los Manolos han empezado a hablar del que Manu Carreño ha calificado entre risas como “el primer manco de la liga”. A pesar de haberme quedado un poco parado, como sabía por donde iban los tiros he reaccionado cambiando de canal a tiempo para no ver más la cara a los dos personajes que presentan los deportes de Cuatro y así no vomitar las lentejas.

A mí me parece muy bien que en la barra del bar los Manolos llamen manco a un chaval que iba a debutar en Primera con el Zaragoza, pero cuando están trabajando delante de las cámaras no creo que sea apropiado referirse a Álex Sánchez como “el primer manco de la Liga”. Seguramente ninguno de estos dos presentadores tiene un hijo con una malformación de nacimiento en la mano, pero si se pusieran en el lugar del padre del chaval no creo que les hiciese mucha gracia el tratamiento. Si lo creen apropiado, entonces podrían comenzar a hablar tranquilamente del caramelo que Manolete tiene en el paladar o de que a Nico Abad se le da muy bien mirar a dos cámaras a la vez mientras presenta, pero me huelo que cuando los gangosos y los bizcos son coleguitas ya no hay coñas.

De todas formas, al margen de la profesionalidad que los dos sujetos anteriores han perdido, vuelvo a repetir, tal y como he dicho al principio, que el sector de la prensa deportiva va por libre. Por eso, no me ha sorprendido encontrar en Marca la noticia del debut del “primer manco de la liga” en primera plana. Para ilustrarla, el personal del diario más vendido de España ha tenido el detalle de incluir una foto del jugador aplaudiendo con su mano deforme. Seguramente, si Álex Sánchez ha recortado la portada estará muy contento de ver que por lo menos aquí han puesto su nombre, pero supongo que no acaba de hacerle mucha gracia que todo el país le conozca ahora mismo por ser el manco del Zaragoza.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Lo de acabar los exámenes, aunque sean los de septiembre, siempre le deja a uno así como un poco liberado. Por eso, después de haber vuelto a las vacaciones por la puerta de atrás he decidido que voy a intentar hacer nada el mayor tiempo que pueda hasta que empiece las clases y siga haciendo nada pero con algo de cargo de conciencia. Por cierto, que gracias al gran plan Bolonia el martes tengo que ir ya ahí al desierto de Fuenlabrada a ver de qué van las asignaturas porque el comienzo de curso se adelanta. Magnífico todo.

El caso es que mi segundo día de revacaciones ha sido algo complicado porque he dormido poco, me he perdido con el coche de camino a la facultad y me han humillado en la primera revisión de examen a la que acudo desde hace seis años. También me he dado cuenta de que hace tres días perdí la tarjeta del banco y he tenido que bloquearla después de haber dado un margen prudente al que se la encontró para sacarle el abono transportes a toda su familia. Con todo, como mañana tengo examen de inglés, en vez de hacer algo relacionado con el idioma como estudiar, lo que he hecho ha sido sacarme un billete de avión para Dublín, algo que también está relacionado con el inglés pero que no sé si me valdrá de algo mañana.

La historia es que hace frío y está lloviendo porque en Madrid ya es casi invierno. Esto significa que he cerrado la ventana de la habitación hasta mayo, he dejado de andar descalzo por casa y ya no recibo en ropa interior a la gente que llama a la puerta. Si hubiese hecho una buena tarde me hubiese ido a dar una vuelta, pero como además España juega a las nueve lo de levantarme a las siete y media de la siesta ha limitado mucho mi paseo vespertino.

Después de esta serie de sucesos que le animan a uno mucho la vida tras un par de semanas en las que no me ha pasado casi nada, me han anunciado que había llegado una carta para mí. Siempre hace ilusión que se acuerden de ti sobre todo cuando no es para pedirte dinero, así que cuando he acudido esperaba que fuese para recibir algún regalillo. Sin embargo, no me he percatado de que los de la Biblioteca de Usera no se han olvidado de que hace dos meses les tenía que haber devuelto unos libros y ahí estaban con su recordatorio semanal. “Lo próximo es que te envíen a la Guardia Civil, acábate ya lo libros y devuélvelos de una vez…”, me ha dicho mi hermana. Así pues, tras ddejar la carta apilada con las otras cuatro o cinco iguales sin abrir que tengo encima del escritorio me he puesto a escribir lo apasionante que está siendo mi día pensando que cuando acabase el relato ya habría empezado el partido de baloncesto y no tendría que acabarme el libro que me queda. Sin embargo, creo que hoy tampoco será porque la invitación para ver a España en una tasca bebiendo cerveza es ahora mismo mucho más interesante que ver a Gasol con mi chucho sentado en el sofá y con el libro poniéndome cara de pena.

martes, 15 de septiembre de 2009

Hoy no voy a cagarme en Alejandro Sanz

No quisiera marcar una tendencia sobre temas escatológicos en el blog, pero como en mi último relato ya aparecía este aspecto tan natural del día a día, creo que es un buen momento para sacarlo a relucir y darle bombo a algo tan importante como el acto de la defecación. La otra opción para hoy era hablar de Alejandro Sanz, pero como iba a oler peor aún vamos a esperar a que diga alguna estupidez de las suyas, que no tardará mucho en hacerlo, y así puede que esto cobre algo de sentido.

A continuación, reproduzco para ilustrar al lector un extracto de la conversación por Messenger que he tenido hace un rato, en línea con lo que suelen ser mis conversaciones dentro y fuera del ordenador, o sea, una charla bastante gilipollesca. Y es que a cuento de algo, ha salido el tema: (algunos nombres son ficticios)

El lento dice: (0:22:46)
es como ir a cagar, no solo hay q ir a cagar cuando te esta tocando ya el calzoncillo

El Usain Bolt del inodoro dice: (0:24:03)
no amigo,te ekivokas muchisimo, pero argumentame eso en cualquier caso porque me interesa

El lento dice: (0:24:22)
yo hay veces,q estoy sin hacer nada, y me voy a cagar. x si voy a salir y tal, prevenir

|| el mar esta fresquibiri y a mi me da gustibiri || dice: (0:26:12)
que diceS?

|| el mar esta fresquibiri y a mi me da gustibiri || dice: (0:26:13)
eso no tio

El lento dice: (0:26:19)
yo si

|| el mar esta fresquibiri y a mi me da gustibiri || dice: (0:26:21)
que estas apretando el ojete gratuitamente

|| el mar esta fresquibiri y a mi me da gustibiri || dice: (0:26:25)
le estas dando de si

El lento dice: (0:26:27)
no no,a mi me sale sin forzar

El lento dice: (0:26:34)
tengo un don

El Usain Bolt del inodoro dice (0:26:43)
ahora ke akabo de kagar voy a ver komo me lo has argumentao. has tenido suerte de ke fuese un korte limpio

El lento dice: (0:27:04)
a mi abuelo le pasa igual que a mi, es genetic

El Usain Bolt del inodoro dice: (0:28:18)
pues yo no se si es genético o no, pero cuando m aburro lo que hago es…


Y hasta aquí puedo leer.

En mis años de existencia, aún no me he cruzado con nadie que no diga que como en el baño de su casa no se caga en ningún sitio. Por eso, muchos se desubican al dejar su inodoro y les cuesta hacer de vientre en otras partes. Evidentemente, “El lento” de la conversación es uno de esos sujetos, pero también de los hacen reflexiones metafísicas sobre el retrete, que rodean la taza con medio kilómetro de papel cuando están fuera de casa y que se sienten especialmente orgullosos cuando culminan el proceso con un corte perfecto.

Los que nos hemos tirado medio verano cagando en los peores retretes de Europa nos hemos acostumbrado ya a proceder rápidamente, de pie y economizando papel. A pesar de ello, tampoco hay que economizar hasta el límite, que luego llega uno a pensar coomo la familia de ingleses que acogió a un amigo y al ver que se duchaba a diario se empeñaban en aleccionarle con que “no es más limpio el que más limpia, si no el que menos ensucia”. De ahí que concluyese que seguramente por eso tenían moqueta en el baño, para no fregar los meaos alrededor del retrete, ser más limpios y conservar la fragancia avinagrada que flotaba en el ambiente.

Así que ya sabéis, ducháos lo que os de la gana pero no me malgastéis el papel. Y sobretodo, que a nadie se le ocurra poner moqueta en el baño ni en ninguna parte. Poned Sintasol, que lo recomienda Usillos y es de lo que más sabe aparte de extraterrestres: "Esto es Sintasol, producto 100% español. Ahora está la moda de la moqueta, pero eso a la larga hace mucha pelusa. En Francia no ponen otra cosa, y así está Francia, llena de bolitas".

domingo, 6 de septiembre de 2009

Cómo empezar mal un día

La última vez que miré el reloj antes de dormirme creo que eran las 6:45, así que cuando suena el despertador lo apago sin pensármelo dos veces.

Abro el ojo y son las 14:07. Doy un salto mortal que ni David Summers para hacerse unos huevos fritos pero paso de volteretas porque el examen es a las 15:00 y tardo una hora en llegar a la facultad. Como mi reloj va diez minutos adelantado considero que tengo margen para no salir corriendo en calzoncillos, así que me visto y calzo lo más rápido que puedo.

Tengo dos asignaturas para septiembre y no llegar al examen para una de ellas supone una cagada y pagar otra matrícula, con lo que estoy un poco nervioso. La sudada que me he cogido durmiendo es de campeonato y ayer no pasé por la ducha pese a oler a garito y sudor, con lo que noto que desprendo un aroma a cuadra considerable. Además, el haber babado desproporcionadamente el cojín que aguanta mi cabeza durante la noche hace que mi cara entera huela a saliva reseca, una de mis fragancias favoritas para vomitar. Otro punto negativo es que tengo al perro asomando el hocico desde que he saltado de la cama y acabo de asumir que voy a estar cagándome todo el examen, cosa que me hace una ilusión bárbara.

Tras emplear mi minuto de sobra en lavarme los dientes y la cara meto los apuntes en la mochila con la esperanza de poder estudiar en el autobús la materia que debía haberme empollado por la mañana. Pero al ir hacia la puerta en busca de las llaves me percato de que no tengo dinero para pagarme el autobús y lo de ir al cajero se me va de tiempo. Además, los malditos buseros no dan cambio de diez euros y el cajero no suelta menos que un billete rojo.

Mi hermano está trabajando y mi hermana se ha llevado el coche, así que la llamo para ver si tiene algo de dinero por casa. Me cuelga y noto como el perro se impacienta. Me vuelve a colgar y a la tercera coge el teléfono:

- ¿Qué te pasa?
- Oye, dime que tienes algo de dinero por casa porque llego tarde al examen y no tengo un puto duro para ir hasta Fuenlabrada.
- ¿Qué?
- Joder, pues eso, que si tienes algo suelto en casa.
- Marcos… ¿Te han puesto un examen en domingo?

(silencio y repaso mental del calendario)

- Mmmmmmm… no. Esto… los domingos nunca ponen exámenes pero ayer me dormí tarde y me he levantado algo sobresaltado…
- Pues acuéstate otro rato idiota. He dejado hechos macarrones…

Cuando cuelgo, mi hermano abre la puerta de su habitación y a la que se despereza me pregunta dónde fui ayer por la noche. Mi cara de trasnochado debe reflejar una actividad nocturna bastante movida, así que le contesto: “No, no salí. Vi el partido en casa”. Después, cierro la puerta de mi cuarto y me tumbo en la cama, pero no puedo volver a dormirme porque, entre otras cosas, me sigo cagando vivo.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Los chinos

Son ya muchas las voces que me han advertido sobre los riesgos que implica la degustación de los espaquetis que los chinos venden en la Gran Vía madrileña. Sin embargo, como para mí el mayor riesgo siempre ha sido levantarme con un agujero en el estómago por haberme acostado con la tripa vacía tras beberme varios litros de cerveza, asumo sin cargo de conciencia alguno la posible falta de higiene en la elaboración de la pasta. De todas formas, nunca me he encontrado ningún pelo ni elementos extraños, cosa que en catorce años de comedor colegial era habitual, y más aún en mi etapa con las monjas alopécicas de León.

Los chinos me caen bien. Con esos ojillos medio cerrados parece que siempre están riendo y cuando se enfadan también me resultan muy graciosos. Son una gente muy trabajadora y siempre te dicen "gasia" cuando les compras. También son bastante inteligentes y aprenden nuestra lengua a una gran velocidad, además de tener una paciencia increíble para enseñarte idiomas. Sin embargo, como yo soy incapaz de pronunciar cerveza en chino, siempre les pido una "sevesa", como ellos dicen. Esto es porque creo que en la relación con el extranjero hay que ser justo, y ya que ellos se esfuerzan en aprender nuestro idioma al menos nosotros deberíamos hablarles poniendo su acento para entendernos mejor. El intercambio cultural es así mucho más enriquecedor.

Los chinos, como decía, también tienen mucha paciencia. Da igual que sean coreanos o vietnamitas porque tu dices "¡chino!" y el tío siempre se da la vuelta para venderte lo que lleve encima. Habría que vernos a nosotros si nos llamasen franceses... Además, asumen que a ojos occidentales son clones y nunca te abandonan. Si lo hacen, todos sabemos que son fácilmente sustituíbles por ser tan parecidos. A mí, en concreto, me da igual uno que otro, pero como en todo hay quien tiene sus preferencias y mi hermano siempre anda por ahí mosca si se le pierde la china, aunque yo nunca haya visto a ninguna por casa (aplause).

Hace unas semanas comprobé también que los chinos son muy respetuosos con la cultura del sitio donde se instalan. Iba por Málaga y sabía que por la noche necesitaríamos hielo, así que cuando pregunté a un chinorri la hora de cierre de su local él se giró sonriente y me contestó: "A lah onse y media". Perplejo me quedé tras oir aquel curtido acento malagueño.

Otra forma de adaptación cultural es que como los chinos saben que sus nombres son prácticamente impronunciables están dispuestos a españolizarlos. Por ejemplo, la china que ayer me vendía las cervezas mientras hacía cola en el garito me dijo que podía llamarla Cristina. Esto personaliza mucho la relación comercial, así que al final acabé llamando Cristina a todo chino con pelo largo que pasaba por allí porque todos me parecían ella. A pesar de no ser Cristina, siempre se daban la vuelta para venderme birra.

Los chinos viven un montón de años, son muy artistas y saben hacer de todo. Yo no suelo dejar que me den masajes, pero al parecer son mano de santo. Me han dicho también que algunas chinas por diez euros más, incluso hacen unos masajes mágicos en la pelvis que te dejan nuevo. Y es que las técnicas orientales siempre fueron mucho mejor que las nuestras, así que estoy pensando que además de alimentarme con su comida voy a tener que probar alguna de estas terapias. Quién sabe, puede que así recupere los años de vida que me quita la cerveza.

Abren sus tiendas hasta bien entrada la noche y se pasan las restricciones gallardonianas de venta de alcohol por el forro. Son tremendamente educados y nunca se equivocan con el cambio ni te la intentan dar con queso como hacen los del kebab. Por tanto, no dejéis de bajar al chino para esas pequeñas emergencias porque son gente de puta madre y en pocos metros cuadrados encuentras cualquier cosa.

Y si queréis un plato italiano en la madrugada madrileña, prometo que los mejores tallarines están en Gran Vía esquina con la Calle Valverde. Animáos, porque por sólo dos euros el vómito sale con mucha más consistencia y te echan tomate hasta que puedas bucear para encontrar la carne picada. Eso sí, no os preguntéis desde cuándo Solán de Cabras se dedica a la fabricación de tal salsa.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Dani B., un caso

“Le molan las obras y los camiones. Según afirma desde hace años (desde que aprendió a hablar), comer y la siesta son sus dos grandes pasiones”.

Han pasado ya casi cuatro veranos desde que escribí estas líneas. Daniel B. tiene hoy catorce años, mide alrededor de 1,80 metros y debe de pesar en torno a los cien kilos. Calzará un 46 de pie y las gafas que le pusieron hace un par de años empiezan a quedarle pequeñas debido a que su voluminoso rostro de devorador de “Jumpers” no para de crecer. No sé si este año vuelve a repetir curso, pero creo recordar que hace poco me dijo que su objetivo era graduarse con la Garantía Social y, a partir de ahí, volar. En cualquier caso, su aventura laboral tendrá de esperar porque cada vez veo más borroso el futuro de esta perla.

La última vez que supe de Dani fue hace un par de semanas durante una calurosa tarde de domingo. El sol castigaba las espaldas lechosas de la meseta norte como pocas veces lo hace y el cemento del borde de la piscina hacía las veces de “Lo Monaco”. La voz de pito de Dani se dejaba oir detrás del socorrista y atónito me incorporé para comprobar como, por primera vez, alguien conseguía eclipsar la fornida figura de Dani (aunque fuese con una perspectiva de diez metros de distancia).

Como son muchos años y uno ya se conoce a la cuadrilla, me acabé levantando para ver con qué me sorprendían Dani y cía. Así pues, me fijé y ahí estaba con su chándal, cociendo a fuego lento y tirado debajo de una sombrilla que apenas le abarcaba, con dos de sus secuaces, de nombres Paco (Pacaldo) y Damiánidas. Los tres pasaban la tarde con unos refrescos, algo normal debido a que el sol pegaba de lo lindo y los chavales tienen derecho a pasar el rato, pero no dejé de sorprenderme cuando vi asomar la botella de Ballantines vertiendo whisky sin piedad en uno de los minis que se estaban clavando. Y pensé que no pasaba nada, ya que Dani nunca fue un prototipo de vida sana, pero cuando se encendió el tercer cigarrillo en diez minutos comencé a plantearme que el chaval le tiene cada vez menos aprecio a su físico. Quizá tenga bastante mérito haber cumplido los catorce con su currículum.

Durante otros periodos estivales lo normal a estas alturas era que Dani estuviese salpicándonos mientras recibía amenazas y algún que otro insulto, pero este verano no hemos podido disfrutar de sus tersos pechos empapados (ya los quisieran muchas y muchos) debido a un percance que sufrió hace semanas. Al parecer, la grava del camino le jugó una mala pasada y Dani y el quad se fueron cada uno por su lado. Total, fractura de húmero y el brazo escayolado todo el verano desde el hombro hasta la muñeca.

Después de esto, lo normal hubiese sido un poco de reposo, pero Dani no parece haberse privado de aventuras como un discapacitado más, así que ha disfrutado del verano a tope. De hecho, la penúltima vez que le vi iba conduciendo una moto a unos 90 km/h sin casco y saludando al personal con su brazo empastado.

Tras estas vivencias, me he empezado a plantear que después de haber abandonado las litronas invernales, Dani empieza a autodestruirse de forma seria y planificada como un profesional. Los camiones han desaparecido de la gravera y la siesta ha sido sustituída por borracheras de sobremesa, así que los de la Garantía Social deberían ir planteándose lo de guardarle el sitio porque, de seguir por este camino, el chaval no llega.

Sin embargo, a veces un halo de esperanza viene a mí y pienso que probablemente se acabe enderezando, que vivir tan rápido le hará tranquilizarse y que el chico dejará de autodestruirse cuando se lleve algún susto, como le pasa a todo el mundo. Pero reflexionándolo detenidamente, no tardo mucho en darme cuenta de que a lo largo de mi vida he comprobado cómo Dani no aprende de los golpes y que es probable que aún se lleve unos cuantos más (de todo tipo). De hecho, pienso esto ahora mismo recordando que la penúltima que vez que le vi no fue encima de una moto saludando, sino en una cancha diciéndo que iba a partirme la boca por no dejarle jugar a fútbol. Ni a él ni a su brazo de escayola.