jueves, 3 de septiembre de 2009

Dani B., un caso

“Le molan las obras y los camiones. Según afirma desde hace años (desde que aprendió a hablar), comer y la siesta son sus dos grandes pasiones”.

Han pasado ya casi cuatro veranos desde que escribí estas líneas. Daniel B. tiene hoy catorce años, mide alrededor de 1,80 metros y debe de pesar en torno a los cien kilos. Calzará un 46 de pie y las gafas que le pusieron hace un par de años empiezan a quedarle pequeñas debido a que su voluminoso rostro de devorador de “Jumpers” no para de crecer. No sé si este año vuelve a repetir curso, pero creo recordar que hace poco me dijo que su objetivo era graduarse con la Garantía Social y, a partir de ahí, volar. En cualquier caso, su aventura laboral tendrá de esperar porque cada vez veo más borroso el futuro de esta perla.

La última vez que supe de Dani fue hace un par de semanas durante una calurosa tarde de domingo. El sol castigaba las espaldas lechosas de la meseta norte como pocas veces lo hace y el cemento del borde de la piscina hacía las veces de “Lo Monaco”. La voz de pito de Dani se dejaba oir detrás del socorrista y atónito me incorporé para comprobar como, por primera vez, alguien conseguía eclipsar la fornida figura de Dani (aunque fuese con una perspectiva de diez metros de distancia).

Como son muchos años y uno ya se conoce a la cuadrilla, me acabé levantando para ver con qué me sorprendían Dani y cía. Así pues, me fijé y ahí estaba con su chándal, cociendo a fuego lento y tirado debajo de una sombrilla que apenas le abarcaba, con dos de sus secuaces, de nombres Paco (Pacaldo) y Damiánidas. Los tres pasaban la tarde con unos refrescos, algo normal debido a que el sol pegaba de lo lindo y los chavales tienen derecho a pasar el rato, pero no dejé de sorprenderme cuando vi asomar la botella de Ballantines vertiendo whisky sin piedad en uno de los minis que se estaban clavando. Y pensé que no pasaba nada, ya que Dani nunca fue un prototipo de vida sana, pero cuando se encendió el tercer cigarrillo en diez minutos comencé a plantearme que el chaval le tiene cada vez menos aprecio a su físico. Quizá tenga bastante mérito haber cumplido los catorce con su currículum.

Durante otros periodos estivales lo normal a estas alturas era que Dani estuviese salpicándonos mientras recibía amenazas y algún que otro insulto, pero este verano no hemos podido disfrutar de sus tersos pechos empapados (ya los quisieran muchas y muchos) debido a un percance que sufrió hace semanas. Al parecer, la grava del camino le jugó una mala pasada y Dani y el quad se fueron cada uno por su lado. Total, fractura de húmero y el brazo escayolado todo el verano desde el hombro hasta la muñeca.

Después de esto, lo normal hubiese sido un poco de reposo, pero Dani no parece haberse privado de aventuras como un discapacitado más, así que ha disfrutado del verano a tope. De hecho, la penúltima vez que le vi iba conduciendo una moto a unos 90 km/h sin casco y saludando al personal con su brazo empastado.

Tras estas vivencias, me he empezado a plantear que después de haber abandonado las litronas invernales, Dani empieza a autodestruirse de forma seria y planificada como un profesional. Los camiones han desaparecido de la gravera y la siesta ha sido sustituída por borracheras de sobremesa, así que los de la Garantía Social deberían ir planteándose lo de guardarle el sitio porque, de seguir por este camino, el chaval no llega.

Sin embargo, a veces un halo de esperanza viene a mí y pienso que probablemente se acabe enderezando, que vivir tan rápido le hará tranquilizarse y que el chico dejará de autodestruirse cuando se lleve algún susto, como le pasa a todo el mundo. Pero reflexionándolo detenidamente, no tardo mucho en darme cuenta de que a lo largo de mi vida he comprobado cómo Dani no aprende de los golpes y que es probable que aún se lleve unos cuantos más (de todo tipo). De hecho, pienso esto ahora mismo recordando que la penúltima que vez que le vi no fue encima de una moto saludando, sino en una cancha diciéndo que iba a partirme la boca por no dejarle jugar a fútbol. Ni a él ni a su brazo de escayola.