domingo, 27 de septiembre de 2009

Camino de Dublín


Tras haber pasado unos días fuera de la gran ciudad traigo muchas cosas que contar, pero como desconozco con exactitud qué clase de enagenados mentales leen estas líneas, tengo que medirme para que el relato no me cree problemas. Por eso, en vez de tirar de historieta voy a mirar al futuro realizando una predicción de lo que me sucederá el próximo viernes cuando viaje a Irlanda. Esto no es porque haya nacido en mí el don divino de futurólogo, sino porque conociendo a los sujetos con los que voy y el contexto en el que nos moveremos, nuestra entrada en ése país lleno de enanos pelirrojos vestidos de verde será muy parecida a lo siguiente:

La salida del vuelo está prevista para las 22:10. Esto significa que como Ryanair tiene por norma no especificar la terminal de Barajas desde la que sale el avión, acabaremos quedando a las 20:15 en el Metro para llegar y recorrernos el aeropuerto en busca de nuestra terminal. Sin embargo, como es costumbre en nuestro círculo, la media hora de retraso con la que llegaremos todos destruirá todo tipo de predicciones.

Al no tener que facturar, el sujeto F, llegará confiado al control de pasajeros con una bolsa de mano en la que cabría la selección irlandesa de rugby al completo con dos o tres tupperware llenos de gazpacho y toda clase de enseres inservibles pero en cantidad suficiente como para sobrevivir un par de años en una isla desierta. No habrá problema, porque hurgará en su bolsillo y extraerá su dinero hecho una bola arrugada con algún pañuelo moqueado para pagar el exceso de equipaje sin aparente preocupación. Como no viene Tapia, ninguna madre tendrá que venir cagando leches al aeropuerto para traer el DNI a su hijo y pasaremos por el detector de metales dos o tres veces hasta que alguno descubra que es lo que me pita.

A pesar de los retrasos provocados por fallos de logística, habremos recuperado tiempo porque el ingeniero nos habrá guiado de forma eficiente a la terminal correcta, así que el viernes noche impondrá su ley y caerán unas cuantas latas de San Miguel. Sabemos de sobra que es una cerveza lamentable y que en Dublín nos hartaremos a birra, pero como es la única que venden en los Duty Free de Barajas le haremos el feo a nuestros paladares y comenzaremos el viaje medio cocidos.

A la hora de coger el avión no habrá ningún problema si a lo largo de la semana consigo que M.G. (Malena Gracia o Manuel Guisado) realice correctamente la facturación on-line y se imprima el billete. Por la otra parte, el ingeniero se habrá ocupado de todas las gestiones del sujeto F(ini), por lo que será improbable que a éste último le falte su pasaje a la capital del trébol.

Para subir a la aeronave, y debido a la inexistencia de numeración en los asientos de Ryanair, David, Fini y yo esperaremos una larga cola mientras contemplamos como nuestro amigo el Maradona de la trampa se cuela y elige asiento antes que nadie. Si no le vemos de lejos en primera clase será porque habrá convencido al Comandante para acompañarle en la cabina e incluso poder toquetear algún botoncito.

Una vez en el aire, Fini se gastará los veinte euros que le queden en un "suculento" menú a bordo con postre, café y copazo. Es probable que en este momento saque a pasear por primera vez su inglés afrancesado para intentar llegar a un acuerdo con alguna azafata que le deje fumarse un puro, pero este asunto se le olvidará cuando oiga a David pedirle papel desde el baño del avión.

El segundo momento aéreo de Manu llegará cuando comiencen a ofrecer el rasca de Ryanair, porque el Señor Guisado, además de solidario con la causa, gusta mucho de participar en cualquier juego de azar que se le ponga a tiro. De este modo, después de dejar la cabina del piloto completamente llena de rascas no premiados, es muy probable que engañe a algún pasajero para disfrutar del resto del viaje en su asiento mientras su sueño de aterrizar millonario se aplaza hasta el trayecto de vuelta.

Al pisar suelo irlandés, seguramente estaremos alrededor de una hora esperando por la maleta que Fini tuvo que facturar. Si no se la han perdido, llegará chorreando gazpacho y será la primera vez que catemos la fragancia que nos acompañará durante el resto de nuestra estancia en Irlanda. Tras cagarnos en todo, comenzará la búsqueda de un cajero para que el Fino saque euros al darse cuenta de que las libras que cambió pensando que íbamos a Londres no le valdrán en Dublín.

Cuando hayamos conseguido encontrar un Taxi que nos intente timar, llegaremos al albergue una vez entrada la madrugada y surgirá la pregunta: ¿Nos vamos de fiesta? En ese momento, cuando las costumbres del lugar aconsejen que nos quedemos a dormir, saldremos a buscar aventuras en la noche dublinesa. Probablemente todo lugar de recreo sin sexo de pago estará cerrado pero haremos el máximo de kilómetros por la ciudad mientras el ingeniero se hace la polla un lío con el mapa, Manu se parte la caja por algo que nadie sabe, yo pido que nos vayamos a casa y el camarero coyote se golpea la palma de la mano con el puño soltando un: “Hey chavales, pero si a mí me da igual, yo sólo quiero tomarme una caña en cualquier sitio…”.

Sobra decir que llegaremos al albergue al amanecer, empapados, sin un mililitro de cerveza en el estómago y escoltados por el mayor número de frikis, enanos de circo, borrachos y exmillonarios arruinados que Manuel haya conseguido recopilar por las calles de Dublín.