sábado, 5 de septiembre de 2009

Los chinos

Son ya muchas las voces que me han advertido sobre los riesgos que implica la degustación de los espaquetis que los chinos venden en la Gran Vía madrileña. Sin embargo, como para mí el mayor riesgo siempre ha sido levantarme con un agujero en el estómago por haberme acostado con la tripa vacía tras beberme varios litros de cerveza, asumo sin cargo de conciencia alguno la posible falta de higiene en la elaboración de la pasta. De todas formas, nunca me he encontrado ningún pelo ni elementos extraños, cosa que en catorce años de comedor colegial era habitual, y más aún en mi etapa con las monjas alopécicas de León.

Los chinos me caen bien. Con esos ojillos medio cerrados parece que siempre están riendo y cuando se enfadan también me resultan muy graciosos. Son una gente muy trabajadora y siempre te dicen "gasia" cuando les compras. También son bastante inteligentes y aprenden nuestra lengua a una gran velocidad, además de tener una paciencia increíble para enseñarte idiomas. Sin embargo, como yo soy incapaz de pronunciar cerveza en chino, siempre les pido una "sevesa", como ellos dicen. Esto es porque creo que en la relación con el extranjero hay que ser justo, y ya que ellos se esfuerzan en aprender nuestro idioma al menos nosotros deberíamos hablarles poniendo su acento para entendernos mejor. El intercambio cultural es así mucho más enriquecedor.

Los chinos, como decía, también tienen mucha paciencia. Da igual que sean coreanos o vietnamitas porque tu dices "¡chino!" y el tío siempre se da la vuelta para venderte lo que lleve encima. Habría que vernos a nosotros si nos llamasen franceses... Además, asumen que a ojos occidentales son clones y nunca te abandonan. Si lo hacen, todos sabemos que son fácilmente sustituíbles por ser tan parecidos. A mí, en concreto, me da igual uno que otro, pero como en todo hay quien tiene sus preferencias y mi hermano siempre anda por ahí mosca si se le pierde la china, aunque yo nunca haya visto a ninguna por casa (aplause).

Hace unas semanas comprobé también que los chinos son muy respetuosos con la cultura del sitio donde se instalan. Iba por Málaga y sabía que por la noche necesitaríamos hielo, así que cuando pregunté a un chinorri la hora de cierre de su local él se giró sonriente y me contestó: "A lah onse y media". Perplejo me quedé tras oir aquel curtido acento malagueño.

Otra forma de adaptación cultural es que como los chinos saben que sus nombres son prácticamente impronunciables están dispuestos a españolizarlos. Por ejemplo, la china que ayer me vendía las cervezas mientras hacía cola en el garito me dijo que podía llamarla Cristina. Esto personaliza mucho la relación comercial, así que al final acabé llamando Cristina a todo chino con pelo largo que pasaba por allí porque todos me parecían ella. A pesar de no ser Cristina, siempre se daban la vuelta para venderme birra.

Los chinos viven un montón de años, son muy artistas y saben hacer de todo. Yo no suelo dejar que me den masajes, pero al parecer son mano de santo. Me han dicho también que algunas chinas por diez euros más, incluso hacen unos masajes mágicos en la pelvis que te dejan nuevo. Y es que las técnicas orientales siempre fueron mucho mejor que las nuestras, así que estoy pensando que además de alimentarme con su comida voy a tener que probar alguna de estas terapias. Quién sabe, puede que así recupere los años de vida que me quita la cerveza.

Abren sus tiendas hasta bien entrada la noche y se pasan las restricciones gallardonianas de venta de alcohol por el forro. Son tremendamente educados y nunca se equivocan con el cambio ni te la intentan dar con queso como hacen los del kebab. Por tanto, no dejéis de bajar al chino para esas pequeñas emergencias porque son gente de puta madre y en pocos metros cuadrados encuentras cualquier cosa.

Y si queréis un plato italiano en la madrugada madrileña, prometo que los mejores tallarines están en Gran Vía esquina con la Calle Valverde. Animáos, porque por sólo dos euros el vómito sale con mucha más consistencia y te echan tomate hasta que puedas bucear para encontrar la carne picada. Eso sí, no os preguntéis desde cuándo Solán de Cabras se dedica a la fabricación de tal salsa.