sábado, 24 de octubre de 2009

Ayer me pasó una cosa un tanto curiosa en la Feria de la Cerveza y lo raro es que no tuvo nada que ver con la cerveza.

Estaba yo esperando a que mi parienta saliese del baño cuando en una barra desierta de gente me pareció ver a una excompañera de colegio de la que no guardaba mal recuerdo en absoluto. El caso es que después de mirarnos fijamente durante unos segundos decidí acercarme a la barra para ver si la camarera era ella porque todavía no he ido a revisarme la vista y además aquella zona de espera olía un poco a pis.

Una vez me encontraba a dos metros comprobé que era mi excompañera, así que cuando estaba pensando en saludarla, la tía se giró ciento ochenta grados con cierto descaro y me premió con su espalda como queriendo que no me diese cuenta de que estaba allí. Cuando oí su voz estuve seguro de que era ella y además, el camarero al que estaba hablando me miró y sonrió porque debió de tener el detalle de decirle algo así como "uys, a ése le conozco, iba a mi colegio y no tengo ganas de que me diga hola porque lo mismo le tengo que escupir"...

Supongo que simplemente la muchacha pertenece a la lista de personajillos que cuando se hicieron universitarios trataron de crear un "nuevo yo" y todo lo que les recuerda al antiguo les repele. Otra opción no excluyente es que piense que soy un payaso. Al margen de todo, reconozco que muchas veces no le apetece a uno saludar, pero también hay que saber hacerlo para disimular o montártelo mejor, porque si no, como dice mi colega el Pitu, quedas como un lamentable.

jueves, 22 de octubre de 2009

Losing


Una de las cosas que más me gustan de dormir es despertarme y poder volver al sueño un rato más porque aún queda tiempo hasta que suene el despertador. Hoy el día ha empezado a las 8:55 cuando he visto que contaba con 35 minutos de margen, pero sólo ciento veinte segundos después todo se ha ido al traste: Mi hermana se ha dormido y como llegaba tarde a trabajar, mi media hora de placer se ha consumido paseando a su Rottweiler. “Empezamos bien”, he pensado.

Un rato después mi colección de legañas y yo llegábamos tarde otra vez a la clase de inglés, pero parecía que el día se enderezaba cuando la seño ha decidido trasladarnos a la sala de ordenadores para practicar la pronunciation. Esto ha sido enormemente positivo, ya que así no tenía que gorronear de nuevo el libro de texto a algún compañero solidario que me devolviese la moneda con su agradable aliento de café y cigarro. Tengo un don especial para sentarme siempre con fumadores y adictos al café, pero como hace unos días me harté de redesayunar Marlboro, esta tarde había previsto la tercera visita en menos de una semana a La Casa del Libro de Gran Vía para conseguir por fin el dichoso manual. Además de esto, otro de los recados de hoy era recoger la carta certificada con remite "Salud Madrid" que me habían dejado en correos hace unos días, así que después de comer he cogido el coche y me he acercado hasta la oficina indicada a por la carta. A pesar de que los días lluviosos son un asco para conducir en Madrid, no he tardado mucho en llegar a Correos y he aparcado el coche en doble fila porque iba a ser un momentito. Por cierto, que mientras pasaban el aspirador en casa una compañera de clase me ha despertado de la siesta quince minutos antes de que sonase el despertador y ya no me he vuelto a dormir tratando de recordar para qué me había llamado.

Dos mujeres esperaban delante de mí y había complicaciones con la petición de la primera. Diez minutos después, tras haberme convencido de que ningún coche pitaba por mi culpa, la tiparraca estaba a punto de irse a la mierda con su paquete cuando ha decidido molestar un poco más: “Perdona, es que tengo otra duda. Hay tres notificaciones a por las que tengo que venir. El problema es que van dirigidas a mí pero con mi nombre artístico, entonces no sé si con el DNI me vale…”. Con esta pregunta la mujer del mostrador se ha quedado bastante alucinada, así que le ha pedido un momento infinito más hasta que su jefe, decepcionado por no encontrarse a Barbara Rey, ha terminado con la estúpida situación. Entonces, Antoñita la Fantástica ha decidido girar sobre sí misma con un estilo bastante peculiar, se ha ido por fin al infierno y todos nos hemos quedado muy a gusto.

Mi turno:

“Hola, vengo a recoger una carta certificada, aquí tiene mi DNI". Y no he podido resistir la tentación de soltar una gilipollez: "Espero que no haya ningún problema porque mi nombre real y el artístico son exactamente iguales”. Pero no he tenido suerte, porque aunque la tía se ha reído, ha tardado otro siglo en encontrar mi carta debido a que, según ella, la habían cambiado de sitio.

“Pon tu nombre y apellidos aquí, DNI y firma”, me ha dicho la aprendiz cincuentona señalando cada sitio con su dedito por si soy idiota y no sé leer dónde se indica cada apartado. “Y aquí también tienes que firmar”, me dice entegándome otro papel.

“Bueno, pues guarda los autógrafos porque cuando me haga famoso van a valer una pasta”, le he soltado encabronado a la vez que contento por tener mi carta en la mano mientras huía de allí con varias pitadas de fondo. Y como esto se está alargando demasiado, concluyo:

Agencia Antidroga es el encabezamiento de la carta con cebo “Salud Madrid”. Una multa por un botellón en el que la resaca de nochevieja me impedía probar ni gota de alcohol ha sido el resto. El aparcar los días previos al mercadillo del barrio es bastante complicado y cuando lo he conseguido he decidido perder lo que quedaba de tarde en fracasar en la búsqueda de mi libro de inglés en la maldita franquicia de Gran Vía. Sólo he encontrado el Workbook, así que lo he comprado. Sin embargo, los detectores antirrobo de la librería no pensaban lo mismo y me he marchado tras las comprobaciones de la segurata. Cuando he vuelto al metro, una vieja loca me ha agarrado fuerte por el brazo y me ha gritado a voces: "¡¡¡Si los gitanos no tenéis pisos es porque los vendísteis por dos perras, así que ahora os jodéis!!!".

Me he bajado un par de paradas antes para buscar el libro por el barrio, pero como llovía a cántaros y no he cogido chubasquero porque había apreciado algunos claros, he decidido que estaba lo suficientemente calado como para volver a casa. De camino, he leído en la chapa que titula las calles el nombre de una vía perpendicular llamada “Calle de los imbéciles”, y me ha hecho bastante gracia porque me he planteado cogerla y que me llevase a un lugar adaptado para gente de mi condición. A medida que me acercaba más he visto que en realidad ponía “Los invencibles”, así que he convertido en la avenida de los imbéciles la Calle General Ricardos y he avanzado por ella camino de casa.

El Milán le ha metido tres al Madrid, Raúl ha vuelto a marcar y mi hermano me ha hecho ver el partido en una silla de la cocina porque ha preferido ver como el Chelsea le colaba cuatro al Atleti en la televisión del salón. Creo que la niebla con la que se ven los partidos en la cocina no ayuda a reducir mis dioptrías, así que después de cinco años estoy planteándome pasar por la óptica a ver si me graduan las gafas y empiezo leer mejor y a ver nubes en los cielos que parecen despejados.

sábado, 17 de octubre de 2009

La vida puede ser maravillosa...

No hace mucho que un amigo volvía a hablarme sobre la gran facilidad que tiene la gente para despertar antipatía en mi persona, que siempre estoy dando cera y sobre todo a los que veo por la tele, que son fundamentalmente los no me pueden partir la cara.

Sin embargo, también son muchas las veces que la gente se muestra incomprendida debido a que algunos tipos bastante odiados en general me suelen caer bien. No aguanto a personajillos como Ramoncín o Sete Gibernau, pero tengo que reconocer que otros como Míchel o Federico Jiménez Losantos me resultan bastante "simpáticos" y me hacen mucha gracia a pesar de esto no tenga lógica alguna.

Y entre ésos tíos que han contado con mi bendición se encontraba Andrés Montes. Nunca he entendido que la gente viese el mundial de Alemania en Cuatro para no escucharle o que bajase al máximo el volumen de la televisión para poner el Carrussel Deportivo. Que si no tenía ni puta idea de fútbol, que si siempre se subía al carro cuando la cosa iba bien, que si había perdido soltura hasta con el basket... no estoy de acuerdo. Además, que un tío con pajarita siempre es un grande. Vamos, muy grande tuvo que ser para que, desde hace tiempo, cada vez que escucho el nombre de Salinas me acuerde de "¿Dónde están las llaves?" y no del gol que el bueno de Julio falló contra Italia en el mundial de 1994.

Un showman. Un tío sin igual que no necesitó echar mano de falsa humildad para ser un fenómeno y al que por muy mal que haya caído, será imposible no recordarle diciendo eso de que, a veces, "la vida puede ser maravillosa".

lunes, 12 de octubre de 2009

Con nocturnidad

Yo nunca le he dicho a un portero que quiera entrar a su garito con zapatillas. El pobre Dani Martín, seguramente, fue lo último que soltó antes de llevarse el par de hostias que ahora le provoca su peculiar forma de hablar. “¿Estás en lista?”, me han preguntado en muchas ocasiones. Y no merece la pena ni contestar porque lo único que se me ocurre es darme la vuelta y preguntar a mis acompañantes cuál es el siguiente destino.

Mis dificultades para acceder al mundo de la noche y el trato con los "puertas" comenzaron ya en mi más tierna adolescencia cuando mis compañeros de patio empezaron a sentirse atraídos por el mundo del gariteo. Yo retrasé mi entrada al máximo, pero para no seguir torturándome con Noche de Fiesta, acabé lanzándome a un pozo del que aún no he salido pero en el que cada poco me recuerdan que tampoco he terminado de entrar.

Las zapatillas, la edad, el pelo, el abrigo, fiesta privada, cierre inminente… han sido junto con lo de la puta lista las excusas más empleadas para impedirme el acceso a un montón de bares. Sin embargo, como desde hace una temporada los locales que me reciben no son muy exigentes en ningún aspecto, mi relación con los gorilas ha mejorado un montón. Tendría que remontarme a mediados de agosto, cuando los porteros malagueños impedían mi entrada a sus locales, para señalar mi último encontronazo con el gremio. Y esto fue porque, o no les salía de las pelotas directamente, o me decían que con pantalón corto y los calcetines estirados hasta la rodilla no entraba. Naturalmente, la segunda causa estaba estrechamente relacionada con una clara intención de hacer el indio.

De este modo, la gran reducción de trato con los porteros ha ido mejorando tanto nuestra relación que hasta he llegado a pensar que algunos son personas normales y no robots. El viernes pasado, por ejemplo, nos echamos unas risas cuando esperando la cola un gorila nos preguntó si alguno sabía hablar inglés. Ante nuestro desconcierto el hombre se explicó: “Es para que mandéis a tomar por culo a estos dos guiris que me están dando el coñazo desde hace ya un buen rato”. Todos estuvimos de acuerdo en que aquellas palabras le habían humanizado.

Sin embargo, como la realidad es muy diferente, ayer fue un portero el que me mandó directo a casa y me recordó la pasta de la que están hechos estos sujetos. Realmente, no me apetecía entrar al bar que nos esperaba, pero como tenía ganas de estar un rato más con mis amiguetes, ya me había hecho a la idea y me arrastraba hacia ése agujero oscuro de la zona de Huertas llamado Samsara, Sánsara o Sarasa. Lo peculiar esta vez fue que aunque el gorila me permitió el acceso, cuando iba a cruzar la puerta el tipo me sugirió que la próxima vez para pudrirme en su antro de mala muerte debía de llegar con las zapatillas limpias. Con esto, pensando que además tenía que pagar diez euros por bucear entre las babas que inundan su apestoso nido pachanguero, le miré, me di la vuelta tragándome el “vete a tomar por culo” que me hubiese proporcionado el habla de Dani Martín y me largué a casa haciendo lo que a Manuel le gusta llamar "despedida a la francesa”.

Hasta que llegué a la Gran Vía y me fijé en un travesti que debía de querer ser Marta Sánchez no fui capaz de borrar el "vamos no me jodas" de mi mente.

jueves, 8 de octubre de 2009

Una bienvenida inesperada

“Clon” es el sonido exacto que hace un vaso de medio litro al estrellarse contra un cráneo humano. Esto es algo que nunca había oído hasta dos horas después de aterrizar en Dublín, y aunque no esperaba vivir una bronca irlandesa hasta que la noche hubiese avanzado un poco, como bienvenida fue bastante original...

Nada más soltar el primer “wha, güe…whawahawha… men?”, el taxista Mr. John Kelly nos demostró que el acento gaélico de la clase media baja dublinesa iba a ser indescifrable para nuestro inglés de bachillerato con seis años sin contacto de por medio. A pesar de ello, la conversación pareció fluir mínimamente cuando le indicamos la dirección del funesto Paddy´s Palace, lugar elegido para la pernoctación durante nuestra estancia.

Acostumbrados al “tonto el último” de Ryanair, los buenos de mis amigos me concedieron el honor de viajar como copiloto y así practicar un poco el idioma. Por el camino, DJ Kelly nos brindó una sesión de Dance maquinero a un volumen que impedía toda comunicación con los pasajeros de atrás, así que hasta que no conseguí explicarle que mi inglés era una basura y que no le estaba entendiendo una mierda el tipo no dejó de hacerme preguntas que en su mayoría se estaban quedando huérfanas de respuesta. Eso sí, cuando preguntó si la música sonaba demasiado alta todos coincidimos en afirmar que estaba perfecta.

Media hora después de esto, ya estaba enseñando el DNI a un portero del este europeo que se mordía el labio inferior a punto de golpear a un borracho irlandés tocapelotas. Tras entrar y ser pisoteados por todos los cuarentones ebrios del local, decidimos apurar nuestra primera Guiness y huir hacia otro lugar más de nuestro gusto y edad.

En el segundo y último bar de la noche todo parecía más gambitero. Shakira lo partía, la gente se cocía a conciencia y los italianos ejercían de crupiers repartiendo fichas a todo lo que se movía. Sin embargo, había sido un español con pinta de empollón el conquistador que nos sorprendió dándose el lotazo con un travestido en la barra del garito. Instantes después, cuando nos acercamos a por la última cerveza de la noche, el chaval ya vagaba solitario por la pista de baile con la mirada fija en el suelo como si se hubiese dado cuenta de algo inesperado.

Para nosotros, no sólo fue una sorpresa descubrir que el acompañante invertido no sólo no había desaparecido, sino que a pocos metros discutía acaloradamente con una hembra autóctona poco sobria. Pasado un momento, mientras nos aclarábamos con la terminología para hablar con los camareros (lager y dark) comenzó el espectáculo. Los vasos volaban, la gente gritaba y la sangre empezaba a correr, así que cogí mis dos cervezas, dejé a Manuel disfrutar de la pelea en primera línea y crucé la pista escuchando cristales romper contra el suelo. Sin que ningún charco de sangre fuese finalmente nuestro, el baile había concluido y esto fue la excusa para comentar la jugada con unos españoles que nos invitaron a pasar el resto de la noche en su casa.

Como de primeras no somos muy gorrones, pagamos quince eurazos por un par de botellas del tinto que un chinegro nos vendió para deleitar nuestros paladares con la lamentable cosecha sudafricana del 2009. Sin embargo, a pesar de ser el peor vino sudafricano que he probado en mi vida, los anfitriones debieron pasar por alto el detalle de la mala calidad de nuestra aportación y terminaron por invitarnos a la fiesta que tendría lugar en aquella casa durante la inesperada madrugada siguiente.