jueves, 22 de octubre de 2009

Losing


Una de las cosas que más me gustan de dormir es despertarme y poder volver al sueño un rato más porque aún queda tiempo hasta que suene el despertador. Hoy el día ha empezado a las 8:55 cuando he visto que contaba con 35 minutos de margen, pero sólo ciento veinte segundos después todo se ha ido al traste: Mi hermana se ha dormido y como llegaba tarde a trabajar, mi media hora de placer se ha consumido paseando a su Rottweiler. “Empezamos bien”, he pensado.

Un rato después mi colección de legañas y yo llegábamos tarde otra vez a la clase de inglés, pero parecía que el día se enderezaba cuando la seño ha decidido trasladarnos a la sala de ordenadores para practicar la pronunciation. Esto ha sido enormemente positivo, ya que así no tenía que gorronear de nuevo el libro de texto a algún compañero solidario que me devolviese la moneda con su agradable aliento de café y cigarro. Tengo un don especial para sentarme siempre con fumadores y adictos al café, pero como hace unos días me harté de redesayunar Marlboro, esta tarde había previsto la tercera visita en menos de una semana a La Casa del Libro de Gran Vía para conseguir por fin el dichoso manual. Además de esto, otro de los recados de hoy era recoger la carta certificada con remite "Salud Madrid" que me habían dejado en correos hace unos días, así que después de comer he cogido el coche y me he acercado hasta la oficina indicada a por la carta. A pesar de que los días lluviosos son un asco para conducir en Madrid, no he tardado mucho en llegar a Correos y he aparcado el coche en doble fila porque iba a ser un momentito. Por cierto, que mientras pasaban el aspirador en casa una compañera de clase me ha despertado de la siesta quince minutos antes de que sonase el despertador y ya no me he vuelto a dormir tratando de recordar para qué me había llamado.

Dos mujeres esperaban delante de mí y había complicaciones con la petición de la primera. Diez minutos después, tras haberme convencido de que ningún coche pitaba por mi culpa, la tiparraca estaba a punto de irse a la mierda con su paquete cuando ha decidido molestar un poco más: “Perdona, es que tengo otra duda. Hay tres notificaciones a por las que tengo que venir. El problema es que van dirigidas a mí pero con mi nombre artístico, entonces no sé si con el DNI me vale…”. Con esta pregunta la mujer del mostrador se ha quedado bastante alucinada, así que le ha pedido un momento infinito más hasta que su jefe, decepcionado por no encontrarse a Barbara Rey, ha terminado con la estúpida situación. Entonces, Antoñita la Fantástica ha decidido girar sobre sí misma con un estilo bastante peculiar, se ha ido por fin al infierno y todos nos hemos quedado muy a gusto.

Mi turno:

“Hola, vengo a recoger una carta certificada, aquí tiene mi DNI". Y no he podido resistir la tentación de soltar una gilipollez: "Espero que no haya ningún problema porque mi nombre real y el artístico son exactamente iguales”. Pero no he tenido suerte, porque aunque la tía se ha reído, ha tardado otro siglo en encontrar mi carta debido a que, según ella, la habían cambiado de sitio.

“Pon tu nombre y apellidos aquí, DNI y firma”, me ha dicho la aprendiz cincuentona señalando cada sitio con su dedito por si soy idiota y no sé leer dónde se indica cada apartado. “Y aquí también tienes que firmar”, me dice entegándome otro papel.

“Bueno, pues guarda los autógrafos porque cuando me haga famoso van a valer una pasta”, le he soltado encabronado a la vez que contento por tener mi carta en la mano mientras huía de allí con varias pitadas de fondo. Y como esto se está alargando demasiado, concluyo:

Agencia Antidroga es el encabezamiento de la carta con cebo “Salud Madrid”. Una multa por un botellón en el que la resaca de nochevieja me impedía probar ni gota de alcohol ha sido el resto. El aparcar los días previos al mercadillo del barrio es bastante complicado y cuando lo he conseguido he decidido perder lo que quedaba de tarde en fracasar en la búsqueda de mi libro de inglés en la maldita franquicia de Gran Vía. Sólo he encontrado el Workbook, así que lo he comprado. Sin embargo, los detectores antirrobo de la librería no pensaban lo mismo y me he marchado tras las comprobaciones de la segurata. Cuando he vuelto al metro, una vieja loca me ha agarrado fuerte por el brazo y me ha gritado a voces: "¡¡¡Si los gitanos no tenéis pisos es porque los vendísteis por dos perras, así que ahora os jodéis!!!".

Me he bajado un par de paradas antes para buscar el libro por el barrio, pero como llovía a cántaros y no he cogido chubasquero porque había apreciado algunos claros, he decidido que estaba lo suficientemente calado como para volver a casa. De camino, he leído en la chapa que titula las calles el nombre de una vía perpendicular llamada “Calle de los imbéciles”, y me ha hecho bastante gracia porque me he planteado cogerla y que me llevase a un lugar adaptado para gente de mi condición. A medida que me acercaba más he visto que en realidad ponía “Los invencibles”, así que he convertido en la avenida de los imbéciles la Calle General Ricardos y he avanzado por ella camino de casa.

El Milán le ha metido tres al Madrid, Raúl ha vuelto a marcar y mi hermano me ha hecho ver el partido en una silla de la cocina porque ha preferido ver como el Chelsea le colaba cuatro al Atleti en la televisión del salón. Creo que la niebla con la que se ven los partidos en la cocina no ayuda a reducir mis dioptrías, así que después de cinco años estoy planteándome pasar por la óptica a ver si me graduan las gafas y empiezo leer mejor y a ver nubes en los cielos que parecen despejados.