Tras la tempestad nocturna llega la calma en forma de bajona. Un mundo de sensaciones poco agradables por las que todo el mundo pasa pero que nunca termina de descubrir:
-Punzada estomacal: La "punzadica", que es como si el gordo de los morancos te estuviese clavando el iíndice en la tripa y manteniéndolo ahí inmovilizándote mientras te cuenta chistes.
-Dolor de cabezón: Esto es básicamente un efecto Dobermann, que parece que tengas el cerebro en plena evolución y el cráneo que no esté por la labor de crecer a la par.
-Pozo cantor: Que te cante el aliento a rata mojada, vaya.
-Paluego pa por la mañana: Te has intentado acostar con el estómago lleno o has decidido vaciarlo justo antes de ir a la cama. Al despertar, empiezas a rememorar sabores conocidos unas horas antes encontrando elementos en tu boca que no te apetece terminar de tragar.
Y así muchos más, pero hoy he descubierto uno nuevo que no había catado nunca. Los calores de menopáusica que me están dando con la calefacción a todo tren están provocando que se me abran los poros y mi persona empiece a desprender un olor a tabaco rancio muy serio a pesar de no fumar. Esto creo que podríamos bautizarlo como el "efecto Guti", por el inconfundible olor que el rey de la fiesta debe regalar a sus compañeros mientras dan vueltecitas por el campo de fútbol tras una noche agitada.