lunes, 24 de enero de 2011

La saturación o el efecto Pajín


Normalmente en la vida pasa que cuando algo satura acaba produciendo un efecto contrario. Por ejemplo, a mi de pequeño me encantaban las croquetas, pero un día me puse como un cerdo y de la vomitona que me agarré le cogí a la bechamel un asco tremendo. Luego me hice un poco más mayor y como me vicié mucho con el zumo de tomate, también le agarré ojeriza. Más tarde me pasó con el Beefeater y, por último, ocurrió que al llegar a la facultad gustándome mucho el periodismo deportivo, al final sucedió igual que con la gente de canarias, que en clase había un montón y como a medida que pasaban los cursos se ponían más pesados, terminaron la carrera ocupando el lugar de las croquetas y el zumo de tomate.

Les pasa a algunos que del dolor que les da algo, les da gustico. O las cosquillas que primero risa y al final de tantas duelen. O con la gente que da mucho asco, como por ejemplo Leire Pajín, que termina resultando cómica. O Pablo Motos, que escribir monólogos se le da bien pero de tan pesao que es intentando hacer gracia pues es imbécil. Y como esto tiene tintes buclísticos, creo que está cerca de ser tan cargante que termine por tener algo de gracia ya sea por absurdo o por pena.

Pues nada, que dejo aquí otro testimonio que sustenta el efecto Pajín en el mundo de la moda. Y no es sólo el caso de pijos pozueleros que llevan las Converse agujereadas o gitanos chaboleros que ostentan con BMW y cadenaca de oro. Todos sabemos que la clase alta también rescata de barrios bajos algunas costumbres clásicas para imponerlas en la jet-set y si no, que le pregunten a Flavio Briatore por qué cojones hace un tiempo se casó en zapatillas de andar por casa emulando a las gitanas que no se las quitan ni para pasearse por la piscina.