jueves, 19 de agosto de 2010

Los Flowers

El cabecilla de la familia Flowers trabajó duro toda su vida en el pequeño rancho que había heredado entre los ya abandonados escenarios hollywoodienses del lejano este almeriense. Le gustaba charlar con los forasteros y preguntarles si se limpiaban el Ohete cuando se iban a meter a la ducha justo después de pasar por la letrina. Él nunca lo hizo y de ahí sus andares de pistolero, sobre todo en verano cuando la entrepierna escocida y el picor le hacían cuesta arriba cualquier sendero.

El abuelo Flowers nunca ocultó la intención de que su hijo Brandon heredase el rancho familiar. Para ello le transmitió todos sus conocimientos en el arte de la caballería y la ingesta de Ruavieja.

Todos los veranos los Flowers pasaban la primera quincena de agosto en una casita que la familia de Pepu Hernández les prestaba para su recreo en un costero pueblo asturiano llamado Ribademierda.

El pequeño Brandon creció bajo las nubes veraniegas en lo que los lugareños se jactaban de considerar un terreno aún no conquistado. El clima venía muy bien para les entrepiernes, pero el pequeño Brandon no acababa de adaptarse. Los niños del pueblo le tiraban piedras y el fíu taba triste. Vamos, que no taba na contentu el nenu.

En un verano en el que la pubertad perpetua de Brandon le hacía echar más tardes encerrado en el baño que luciendo fardahuevos en la playa con los demás mozos, el patriarca de los Flowers animó a su hijo a que participase en la competición popular del descenso del río Sella.

Aquel verano la cosa se había ido de madre. El otrora idílico pueblo se había convertido en un desparrame de alcohol y basura en el que era imposible curarse la entrepierna. La gente sureña había invadido la zona y ante la falta de retretes aquella playa era un mar de minas con mojones que lanzados por las olas hacían muy incómodo el baño.

Centrándonos en la carrera, el pequeño Brandon había hecho un descenso impecable y llegaba al último puente en segundo lugar tras el favorito del público local,un asturiano llamado Pelayu Caleya. Ante esta amenaza, un ultra incondicional de Caleya que había pasado una animada noche en Arriondas decidió hacer el salto del ángel azufrado y placar la piragua de Flowers. El bacalilla perdió la vida en el acto y Brandon tuvo que conformarse con un segundo lugar del que nunca nadie se acordaría.

Decepcionado, muy decepcionado y con la entrepierna en costra blanda, el abuelo Flowers decidió que nunca más volvería a pasar las vacaciones en la costa norte. Pero aquel día, en la garita de la Cruz Roja, su hijo conoció a una enfermera en prácticas que declarole su amor incondicional y su intenciónn de formar una familia con él bajo su cenador de Carrefour. Era la primera vez que Brandon tenía contacto con el sexo opuesto y dado que el chico apuntaba más maneras de Brokeback que de otra cosa, el padre le insistió en que formalizase su relación y criase a sus hijos en una Quechua.

La mujer de Brandon siempre fue muy aficionada al bingo. Su sueño era tener uno para jugar gratis y por ello no dudó en enviar a su hijo a Las Vegas, Nevada, para que hiciese carrera en el arte del binguismo. Brandon no estaba muy de acuerdo en emplear el dinero de la venta del rancho de su difunto padre en mandar a su hijo a aquel lugar, pero tragó sin decir nada como cuando su mujer se comía todo el tomate de la ensalada (ella siempre fue de arrasar primero el plato común antes de empezar con el propio).

A los dos años de haber enviado al también Brandon a estudiar a Las Vegas la familia le había perdido la pista por completo. Ya no mandaba cartas con versos sin sentido y como el móvil no cogía bien cobertura en el pueblo, le dieron por desparecido.

Un día, metido en su Nissan Vanette, Brandon Senior perdió la frecuencia de Radiolé y de repente un locutor idiota de los 40 Principales anunció el primer hit en solitario de un tal Brandon Flowers. El viejo pegó un frenazo y escuchó aquel piano... ésa voz... ése falsete... Brandon había perdido por completo el acento asturiano.

Al investigar días después y verle vestido con un traje de plumas supo que su hijo había seguido el camino que él nunca se atrevió a recorrer. Eran igual de juláis. A la segunda generación, los Flowers por fin salieron del armario.

Por cierto, el disco era una puta mierda y a su madre no le gustó nada tener un hijo que en vez de cantar números cantaba como Mika.

En la imagen, los padres del exitoso vocalista de The Killers tras la noche en la que la buena cópula hacía guardar el calorcito con una toalla para que el embarazo fuese efectivo.