viernes, 15 de octubre de 2010

Más biopic. Hoy: J

Aunque J le insistió a su madre con que no era necesario llevarse aquel tupperware gigante lleno de lentejas a la excursión, acabó subiéndolo al barco para que le dejase en paz. Este trasto, junto con el kit del camping gas sin estrenar que la mujer le había comprado cuando se fue a la mili, confirmó a todos los asistentes que J era gilipollas y que otra tarde más volvería a ser objeto de mofa. Se encontraban en pleno veranillo de San Miguel y visto que el calor del sol daba sus últimos coletazos, todos los amigotes habían decidido aprovechar el día juntos saliendo a surcar el Mediterráneo para echarse unos canutillos en alta mar.

Entre risas y humillaciones varias fueron recordando anécdotas y orcos con los que cada uno se había rebozado en noches para el olvido. La cerveza comenzaba a estar más caliente que fría y el vino llevaba un rato poniéndose cabezón.

En un momento en que el sol pegaba como si no hubiera mañana, la tropa comenzó a tirarse al agua para espantar la caraja mientras un J rezagado y marginal enredaba a bordo con el camping gas. Él era el último y tenía que quedarse en el barco para echar la escalera, pero la euforia colectiva le jugó una mala pasada y acabó tirándose al agua sin pensar en cómo subirían más tarde. Por suerte, la escalera ya estaba puesta y todos pudieron volver al barco sin dar motivos a Antena 3 para realizar una mini serie basada en hechos reales. Eso sí, a J le cayó una buena mano de collejas.

Una vez llegó el típico agujero estomacal de las seis de la tarde tras unas cuantas horas machacando el hígado sin haber probado bocado, las lentejas de la madre de J empezaron a ser demandadas por los tripulantes hambrientos y éste volvió al timón del camping gas. Al final resultó que el aparato funcionaba a las mil maravillas, pero el hecho de que el manjar llevase al sol todo el día supuso que lo que no iba a ser ya una digestión idílica por el vino soleado, fuese una catástrofe ecológica en forma de chapapote debido a que el barco no estaba provisto de baño y los tripulantes iban lanzándose al agua para evacuar las lentejas.

Pasado un rato, visto que los estómagos no estaban ya para muchos trotes, comenzaron a circular los psicotrópicos. Como J nunca había sido amante de este tipo de sustancias, sacó a pasear unos puritos de vainilla que fumaba desde que había comenzado a estudiar periodismo y de los que sus compañeros de jarana se cachondeaban bastante. Entre risotadas, un colega terminó introduciendo superficialmente un purito en su cavidad anal y le prometió a J que si se lo encendía en tan incómodo lugar no volvería a meterse con sus gafas de pasta ni con su manía de llevar parte de arriba del bikini. J aceptó, pero el que las lentejas de su madre provocasen una flatulencia infernal sumado al hecho de que se había dejado el gas abierto hizo explotar el fuego del mechero y que la llamarada de la reacción le organizase en la cara un cristo de cuidado. Cuando por fin llegaron al hospital no se pudo hacer mucho.

Años después, J se empadronó en Madrid porque había oído a Gallardón prometer que en su legislatura terminaría con todas las obras de la ciudad. Consiguió que incluyese su cara en un plan de restauración, pero a día de hoy se le sigue viendo con un relieve lunar importante en el rostro y a la legislatura sólo le quedan unos meses.


En la imagen, un J ingenuo posa instantes antes de la tragedia