miércoles, 27 de octubre de 2010

El avilesino orgulloso

Cuando no me acuerdo ni cómo de pequeño era, mi tía se casó con un asturiano que se parecía bastante a Gargamel, el malo calvo de los pitufos. Según su propio testimonio, había sido una gran promesa futbolística, pero una lesión de rodilla le había apartado de los terrenos de juego para siempre haciendo que se ganase la vida como pintor de brocha gorda. A pesar de ello, además de impresionar a sus sobrinos con sus trilerías baloneras, mantenía amistades en el mundo del fútbol y alguna vez Quini le consiguió entradas para que nos llevase al Molinón a ver fútbol del bueno. En una de esas, recuerdo que en un derby contra el Oviedo (empate tristísimo sin goles) estando de pie en uno de los fondos un matao de azul tiró no sé a dónde y como debe ser que no perdía detalle del partido me arreó en plena gafa sin esperármelo. Me hacía ilusión tirar el balón al campo, pero mi hermano se tomó la libertad de devolverlo él mismo y aunque ya se lo he perdonado, reconozco me quedé bastante dado por el culo.

El tipo estaba todo el día contando batallitas y olía siempre un poco así como a bar, pero no a bar normal tabaco+fritanga, cantaba a auténtico bar asturiano, un lugar que los amantes del vómito suelen venerar por darle el ácido de la sidra un aroma muy parecido al de una buena sopa tropezonera. Como buen asturiano, tenía una puntería genial para echar sidra y aunque trató de adiestrarnos muchas veces, mi hermano y yo lo único que hacíamos era tirar todo por el suelo. Le gustaba mucho cantar folklore astur y echar el cambio a la máquina, aunque nunca le tocase.

Todo sea dicho (inciso típico pero real), el tipo no era mala gente y nos apreciaba un montón, lo que pasa que estaba como una cesta. Y es que se pasaba todo el día contando batallas de dudosa credibilidad que ni te iban ni te venían y terminaban siempre con un consejo vital que sentaba cátedra. La mayoría eran un poco cuestionables, pero una de las paridas que repetía constantemente era que a los de Oviedo se les llamaba "carbayones", a los de Gijón "culos moyaos" y a los de Avilés, ojo al dato, "los adelantaos". Sólo decir que el tipo era natural de Avilés (si es que ahí hay algo natural entre peces con tres ojos) e inexplicablemente estaba muy orgulloso del lugar.

Una vez llegados a este punto explico que desde hace ya bastante tiempo, cuando me encuentro a alguien de Avilés no puedo evitar que me pasen dos cosas por la cabeza: Primero, recuerdo al tipo éste jactándose de que los de allí son "los adelantaos", y luego, que es con diferencia la ciudad más horrible que he visto. Cuando transmito esta segunda parte también hay dos opciones, que el avilesino reconozca que su ciudad es un pozo industrial, feo y que huele fatal, o puede intentar venderme la moto diciéndome que ha cambiado mucho en los últimos años. Aviso: el argumento del Nienmeyer está de moda.

"¿Cuánto hace que no vas?" me preguntan. Y como a esto sólo he podido responder últimamente con mis recuerdos de infancia y alguno periférico, el fin de semana pasado estaba por la zona y le pedí a mi novia que, por favor, me llevara a Avilés para ver si seguía siendo tan horrible como lo recordaba. Me costó convencerla de aquella atrocidad, pero dado que los príncipes nos habían jodido la visita a Lastres y no era plan de ir sin la ITV en regla a aquel nido de policida, accedió a regañadientes.

Pues bien, sólo decir que cuando llegamos a Avilés nos guiamos por un cartel de El Corte Inglés porque la experiencia dice que este lugar suele estar bien situado en las ciudades, céntrico o por lo menos cerquita de lo que haya que ver. En Avilés no. En Avilés los de El Corte Inglés deben haber decidido ponerlo a las afueras para no juntarse con el resto y mantener su status, así que una vez descubierto esto, caminando por lo que se supone que es el centro histórico de la ciudad, intentamos profundizar preguntando por lo vistoso de Avilés a una mujer con el pelo estropajoso y los dientes amarillos.

Abandonamos a aquella señora en medio de la calle echando espuma por la boca y con una pierna temblando. Cuando corríamos hacia el coche vimos por el camino que lo más llamativo del lugar era alguna casa pintada como con una mano de color y pensé que podría ser resultado de la brocha del avilesino orgulloso. Por lo demás, seguiré buscando a la persona que me confirme eso de que Avilés son conocidos como "los adelantaos".

Es evidente que de este desplazamiento esporádico no he tomado ninguna fotografía.