domingo, 3 de octubre de 2010

El Pesetrucha (Troutaxi)

Hace dos semanas se cumplió un año del rocambolesco episodio dado en el contexto de una carrera de taxi Fuenlabrada-Madrid a treinta y tantos euros tras haber realizado una completa ruta por casi todas las autopistas de ésta nuestra Comunidad. Desde entonces, mi relación con los taxistas ha sido tan mala como la de mi hermano, destacado autor de la frase "no te vamos a dar un puto duro y además, Suárez, en mi lista de cuatro tasistas tu eres el quinto".

El jueves volvía a casa un tanto azufrado tras haberme reconciliado con el gremio. Había pagado 12 euros de taxi para dormir media hora más debido al estrecho margen de sueño con el que contaba, ya que el despertador sonaría a las ocho para ir a trabajar. Mientras llegaba al portal de casa analizando el negror de mis manos provocado por una reveladora exhibición de break dance en mi fiesta de graduación, en la otra acera un taxista asomó medio cuerpo por la ventanilla y me requirió a voces. Como podía estar asfixiándose por haberse quedado encajado en el hueco debido a su tripa prominente, acudí raudo a su llamada con el objetivo de solventar sus dudas o, en caso necesario, rescatarle.

Resultó que el hombre me preguntaba por una de las calles más conocidas del barrio, algo que de primeras me tenía que haber parecido raro de no estar pensando con una réplica del cerebro de Leticia Sabater. Al final, con un poco de esfuerzo, conseguí guiarle y cuando por fin terminé le tuve que repetir de nuevo todo porque no se había enterado de nada.

El tipo me debió de parecer un poco disperso y después de declinar un par de invitaciones que me aconsejaban subir a su taxi "para que no me atropellasen", empecé a ver que el viejo me estaba pasando revista con la mirada un poco traviesa. Con éstas, tomé la decisión de recular haciendo el Markiswalker visto que la cosa pintaba rosa y cuando el tipo notó que volvía a la acera de la que nunca debí salir, sacó a pasear una sonrisa de lo más pícara y decidió significarse con lo que creo que intentó ser un guiño: "Anda tonto, sube... si vas borrachito..." dijo el hombre, de unos cincuenta y tantos años y con pinta de padre de familia.

Cuando tres horas después recuperé el habla a la que me tiraba de la cama para levantar España, recordé haber doblado la esquina para vigilar hasta que aquel pesetrucha se largó arrancando su templo del vicio con carcasa de Skoda. No quería que tomase nota de mi portal y ahora, cada vez que vuelve a mi mente la palabra "borrachito" no puedo evitar sentirme sucio.