miércoles, 8 de junio de 2011

Luisín capítulo I: pasado

Luisín siempre fue un nenu dispersu. Andaba por clase siempre como despistao, pensando tol día en el fútbol y en el Esportin. Todos los recreos dedicábase a recolectar Albal pacer una pelota que le sirviese pa echar un partidín en el patiu el colegio con el resto de guajes y flipailo pegando pataes: Que si ahí va Quini, que si vay cañu, que si profe no eran peyas era que a mi también me han secuestrau...

Solía ir siempre igual vestíu y cantaba a cabrales que daba gusto. Eso sí, el chaquetón cambuábalu to los días porque era costumbre heredada, algo que le acabaría trayendo alguna polémica en su posterior juventú (y ya paro con el asturiano).

El caso era que el niño, inquieto como ninguno, se llevaba todas las collejas de las monjas en clase. Él avisaba en casa que le tenían frito a tollinas, pero como no presentaba marcas evidentes y de aquella aún se llevaba la técnica de la hostia que hace milagros, pues se fue conformando y aprendiendo a encajar los golpes como podía.

Luisín llegó a la pubertad hecho un tirillas, con cabeza pa siete cuellos y bastante bocazas. Por si esto no era suficiente para entorpecerle la seducción primeriza de hembras asturianas, el tema de las collejas le había causado un efecto deformación en la mandíbula, sacándosela hacia afuera como medio metro por la inercia de los golpes en la parte trasera de la cabeza. Con estas, no era pa llevarse a ninguna moza a retozar por praos y prefirió dedicar ese tiempo al deporte, algo en lo que siempre había destacado.

La cosa fue a más y Luisín se hizo finalmente futbolista. Hace hoy casi diecisiete años corría la segunda parte de una pachanga y un rival de nombre Mauro, dandy como todos sus compatriotas, viendo la cara virgen que llevaba Luis quiso hacerle el favor de meterle el cazo para adentro y ayudarle en la conquista de la mujer. Sin embargo, el chico apuntó mal y en vez de partirle la boca le rompió la nariz. Luisín nunca se lo perdonó...