miércoles, 27 de enero de 2010

Oswiecim


A la media hora de estar parados en la frontera de la República Checa decidí que con las treinta páginas que me había leído de aquel "Crimen y castigo" me era suficiente para mandar a Dostoyevski a tomar por culo. Gracias a ello el tipo de al lado me dijo que si quería llegar a Auschwitz estaba tardando en bajarme de ese tren y pillar el de enfrente.

Cinco o seis horas más tarde una revisora con bastante mala hostia me despertó cantando una nana polaca. Resulta que lo que yo pensaba que era la reproducción de un vagón de prisioneros de la segunda guerra mundial era para la PKP la primera clase, así que volví a despertar al tronco de novia que tengo, nos llenamos rápidamente los bolsillos de canapés y Ferrero Rocher y salimos medio a patadas de aquel vagón de mierda para ir a la clase inferior que nos correspondía.

En nuestro nuevo compartimento, dos polacos se desayunaban medio litro de cerveza en lata por barba (each one). Cuando solté que éramos españoles, el más estupendo de ellos comenzó a hablarme de lo mucho que admiraba a Cervantes y las ganas que tenía de ir a ver un partido del Toledo al Salto del Caballo. Como es normal, del Madrid y Cristiano Ronaldo no intentó decirme nada. Empezaba a salir el sol y cuando nos bajamos en aquella estación con poca pinta calatravesca no había ni yonkis a los que preguntar en qué bus montarnos, así que decidimos ir hasta el campo de concentración andando.

El paseo eterno era exactamente lo que me imaginaba, un pueblo totalmente plano y desierto en el que si te tirabas un pedo se enteraban a tres kilómetros. La verdad es que se percibía bastante mal rollo por esas calles, nada parecido al parque de atracciones del holocausto que prometen algunos como los que han hecho el reportaje para elmundo.es. Como a esas horas no había nada abierto tenía un agujero en el estómago que sumado a no haber dormido nada me provocaba una bajona importante. A pesar de ello, llegamos a Auschwitz I los primeros y cuando nos enteramos de que la guía sólo podía ser en inglés decidimos que con leer los letrericos explicativos era suficiente además de gratis. Al rato, aquello ya estaba lleno de autobuses a reventar de gente que se pasaba la prohibición de no hacer fotos por el arco del triunfo.

Después de pegarme una buena siesta al sol esperando al autobús que lleva a Auschwitz II Birkenau, lo primero que hice allí fue encontrarme a una pareja de jubilados malagueños que había metido una tienda de campaña y dos cojones al maletero de su Corsa para plantarse en Polonia guiados por el navegador y sin saber hablar más que malagueño.

La verdad es que aquello era enorme y seguía dando bastante mal rollo: mucha barraca, final de vías férreas, alambre... y restos de todo lo de valor que los nazis les quitaban a los exterminados. Todo muy bien explicado en plan museo.

A las doce de la mañana consideramos que iba siendo la hora de dar por vistos los dos campos de concentración. Al margen de la parte siniestra, me llamó bastante la atención que a pesar de ser una visita no recomendada para menores de 12 o 13 años, allí te encontrabas a familias enteras con sus correspondientes chuqueles que se dedicaban a hacer el indio por las barracas. También predominaban de una manera importante las coronas de flores con la bandera de Italia llevadas por la gran cantidad de familias de gitanos que iban a honrar a sus antepasados allí asesinados.

Hoy hace 65 años que los rusos liberaron estos campos de concentración y por eso el 27 de enero es el día de la conmemoración del holocausto. Algunas personas me han dicho que todo aquello está pagado por los alemanes y la verdad es que no sé si será cierto pero tampoco me importa.

Cuando me preguntan sobre la visita a Auschwitz nunca sé muy bien cómo describirla, pero al igual que me ocurre con Dovstoyevski, creo que hay muy pocas posibilidades de que nos volvamos a encontrar.