jueves, 3 de diciembre de 2009

ilooser

Los días en que uno tiene prisa son esos en los que decide innovar y tomar atajos que siempre suelen conducir al fracaso. Por eso, hoy en vez de coger las escaleras mecánicas como todos los días me he metido al ascensor para bajar al piso –2 del intercambiador de Plaza Elíptica y ahí subirme autobús. El habítaculo estaba abierto y no había nadie alrededor, así que bajaría a mucha mayor velocidad y pillaría el bus a Getafe in extremis gracias a mi astucia... Sí, soy un ilooser.

Una de las situaciones que más me revientan cuando monto en un ascensor es que éste se vaya parando por todos los pisos y que las personas que lo llamaron se hayan ido antes de que llegue. Cuando las puertas se abren y no hay nadie se hace un silencio bastante incómodo y si tienes prisa aprietas el ojete para que las puertas se cierren de una vez. No obstante, esto se produce habitualmente a cámara superlenta y justo cuando están a punto de cerrarse siempre aparece un cabrón que mete la zarpa para que las puertas se vuelvan a abrir. También está la opción de que sea uno de dentro el que conmovido por la pena apriete el botoncito para que las puertas se abran. Entonces te das cuenta de que sólo hay una persona a la que odias más que a Ramoncín y al hijo puta que ha llegado el último. Sí, si estuvieses en una peli de Tarantino le cortarías el dedito y luego le reventarías a hostias con un punteo de guitarra de fondo, pero tu película la dirige Pablo Carbonell, en tu banda sonora suena Manolo Escobar y el tío al que quieres matar te saca dos cabezas.

Así pues, mientras este mediodía se cerraba la puerta ha entrado el cabrón que ha destruído la relación entre ascensor y velocidad. No contento con su acción, ése tío se ha convertido en el hijo puta que les ha abierto la puerta a otros tres que me hostiarían de haber intentado tocarles un pelo, así que cuando por fin ha arrancado el ascensor he empezado a notar como los cincuenta grados de temperatura que debía de haber en ese cubo comenzaban a poner a prueba mi desodorante. Como estamos en invierno, el abrigo, la mochila, el gorro, la carpeta y los cascos me estaban sobrando. Hoy he sacado del armario la bufanda de lana y notaba que mi cuello era un infierno en carne viva y además, el hecho de entrar el primero al ascensor te coloca siempre en el último lugar para la evacuación. Como dos minutos después de haber entrado al habitáculo pulsando el –2 mi humor ya no era el mismo, para escapar de allí he estrujado a la gente contra la pared para que se apartasen de mi camino olvidando todo tipo de vocabulario protocolario.

Cuando la puerta del ascensor se ha abierto he salido disparado viendo como mi autobús se marchaba. El autobusero me ha mirado y ha girado la cabeza hacia el asfalto, pero algo le debe de haber pasado por la cabeza para que se haya detenido finalmente para abrir la puerta. En éstas, he subido al autobús convertido en el cabrón que hace llegar tarde a los que van dentro y le he dado las gracias al conductor como si me hubiese tragado un megáfono. Acto seguido he metido el ticket y he avanzado por el pasillo.

A medida que lo recorría buscando sitio he notado que el autobús de hoy tenía un brillo diferente, con asientos mucho mejores y una línea mucho más moderna que los trastos en los que me monto normalmente. Cuando la gente me ha empezado a hacer señas me he dado cuenta de que el conductor me reclamaba, así que he apagado la música y he ido hasta él:

- ¿Me enseñas tu billete? -Me ha preguntado con una voz que denotaba cierto hastío.

- Claro, aquí tiene, el B-2. -Le he dicho enseñándole el Abono.

- Esto no te vale chaval…

Entonces se ha producido un cortocircuito tiempo-espacio en mi cerebro y ha saltado el típico listo que siempre va sentado en primera fila de tertulia con el autobusero:

- Pero a ver niño, ¿Tú a dónde vas?. -Me pregunta el cabrón, como si tuviera más prisa que yo.

- Pues… a Fuelabrada… digo no, bueno, eso es luego en el Metro… ahora voy pa Getafe.

- Cojones, pues vete a Getafe, pero cogiendo el autobús del piso de abajo, que esto es el -1. -Ha respondido aclarándolo todo…

Cuando me he bajado de ése autobús sabía que nunca más volveré a montar en el maldito ascensor del intercambiador de Plaza Elíptica. Algún cabronazo había llamado desde el –1 y me la he comido doblada porque yo había pulsado el -2. Ya he dicho que odio a la gente que llama al ascensor y se va sin esperarlo.

Como normalmente voy dormido, de haberme valido el billete mi viaje hubiese acabado en Toledo. Sin embargo, el autobús a Getafe ha tardado veinte minutos en venir, por lo que también he podido llegar lo suficientemente tarde como para que mis compañeras de grupo me odien un poco más y hayamos tenido que retrasar nuestra exposición por mi culpa.