domingo, 13 de diciembre de 2009

Otra vez tú, CutMan...


Hoy voy a hablar de las peluquerías. Aunque a priori pueda parecer que no conozco de nada esta clase de lugares, creo que el enriquecimiento siempre es inversamente proporcional a la asiduidad con la que se visitan.

Como la última vez que tuve que ir a pedir trabajo fue hace un año, desde entonces no me tocaban unas tijeras ajenas. Hace quince días que mi sombra me convirtió en Krusty el payaso y decidí que había llegado el momento de ponerme en unas manos supuestamente expertas. Como siempre, sabía que me iba a arrepentir, pero coño, que yo lo que quiero es el bigote de Vicente del Bosque y no su silueta.

Nunca me han gustado las peluquerías. De pequeño en León cada vez que mi padre le decía al peluquero “cortito” me cagaba vivo porque cuando oía susurrar a la maquinilla sabía que iba a salir de allí con más frío del que había entrado. Eso sí, siempre mejor ir a la peluquería de caballero antes que pasar por la peluquería casera, ya que desde que a mi padre le dio por creerse Llongueras, mi hermano, la perra (Popi) y yo coleccionábamos trasquilones a cada cual más profundo: “Uy, si me he confundido y le he puesto el cabezal del 1… bueno no te preocupes hijo, que luego crece”…

En primer lugar, he de decir que las peluquerías de caballero siempre me han gustado más que las unisex. Sin embargo, desde hace unos años bajo a la de al lado de casa porque la de caballero es más cara, está más lejos y no hay quien le explique al tío ése que no quiero que me corte el pelo a raya y engominao cual falangista. Lo que echo de menos es que allí esperaba con la Man o la Interviú de Concha Velasco con cuarenta años menos, y no con la Cuore y el Hola con Concha Velasco viejuna y vestida. Además, que no entiendo porque si la peluquería es unisex sólo tiene revistas de tía, pero claro, que tampoco entiendo por qué lo llaman unisex y no bisex, si lo que se quiere decir es que vale para los dos sexos.

El caso es que la peluquería está tan cerca de casa que nunca me da tiempo a arrepentirme por el camino y cuando lo hago ya estoy esperando los veinte minutos de rigor con los secadores de fondo. Porque aunque el sitio esté desierto siempre que pregunto me dicen que tengo que esperar veinte minutos. ¿Qué la peluquera se está tocando los genitales a dos manos? Pues veinte minutos. ¿Qué la peluquera no da abasto? Pues también, veinte minutos. Y yo ahí, esperando veinte minutos que pueden ser tres cuartos de hora o lo que le de la gana a la peluquera, porque allí esperas y no haces más que oir las señales horarias de los 40 Principales. Si además esa semana está Bisbal o Alejandro Sanz en el número uno, la espera siempre será mucho más dramática.

“¿Te lavo el pelo?” me preguntan siempre... Vamos a ver, ¿es que en Formación Profesional enseñan que los verbos lavar y cortar son sinónimos? Qué pasa ¿que tengo cara de no saber lavarme el pelo? Joder, es que como si está para freir un huevo, a mí me gusta que me corten el pelo lleno de mierda para luego ya quitarme los pelos con una ducha en casa. No me resulta cómodo que me quemen la cabeza con agua hirviendo mientras se me parte el cuello contra un lavabo y que además luego me cobren por ello, así que cuanto antes me pongan la sábana de mierda esa que no sirve para nada y empiecen, mejor.

“Dos dedos, y que crezca como está”, pido sin esperanza. Y cuando la tía ya ha cortado dos dedos, pero del ancho de los de Hulk, me suelta siempre… “Huy, ¿te lo has tocado tú? Es que hay partes que está muy desigualado… lo mismo te tengo que cortar un poquito más...” Ahí estoy perdido, porque ya si que me va a cortar lo que le salga de los cojones. El resto del servicio me lo paso mirándome los pies en el espejo con cara de niño encabronado.

“Tú si te hago daño me lo dices ¿vale?”.
- Joder, haberlo dicho hace diez minutos cuando has visto que me estaba llorando el ojo izquierdo.- pienso.

“Pues sí, sí, tenías un montón de pelo, mucho más de lo que parecía” .
- Nos ha jodido, todo el que te he dicho que dejases en su sitio. Si en el suelo hay pelo para hacerle tres pelucas al Dioni... Me dan ganas de pedirle que me lo ponga en una bolsa y llevármelo para venderlo.

“Lo mismo no te venía mal un champú especial porque se ve que tienes el cuero cabelludo muy sensible”.
- Ya, y una mascarilla de esas y hasta un alisado en el pelo de los huevos. Sensible tengo ahora mismo el carácter...

Pero la frase que más me gusta es: “Mira, ahora estás mucho mejor, si los chicos estáis mucho más guapos con el pelo cortito”… Ahí es cuando miro a la tía, con su pelo de colores quemado por los doscientos tintes que se ha echado desde la fiesta de nochevieja y me imagino a su novio, un pedazo de poquero con piercings de oro por todas partes y con un cenicero en la cabeza. Cortito, dice. Maldita peluquera…

- ¿Cómo quieres que te peine?.- Ya empezamos, pienso.
– No, no te preocupes, si yo voy sin peinar…
- Pero hombre, ya que has venido, te puedo peinar como quieras.- Insiste.
- No de verdad, si voy directo a casa...
- Que sí hombre…- Y entonces es cuando empieza a atusarme el pelo como intentando dar forma al crimen.

Cuando ya he conseguido apartar esas manos de mi cabeza y pago, me voy andando rápido a casa y me meto a la ducha. Todo para que cuando creo que empiezo a acostumbrarme a mi nueva imagen me encuentre al cabrón del Tapia y me diga que parece que llevo un casco en la cabeza.

Hasta el año que viene no vuelvo. Tengo doce meses por delante para amortizar los diez euros que me ha costado el mal rato.