martes, 2 de febrero de 2010

El carro de la compra


De pequeño me gustaba mucho ir subido en el carro de la compra con las paticas metidas entre esos dos agujeros y viendo el careto de mi padre mientras paseábamos por los pasillos del Continente. Luego mi hermano se quejaba y le tocaba a él, luego me quejaba yo y el último que se quejaba era mi padre para acabar bajándonos a los dos. Cuando estaba mi prima era ella la que subía porque era chica y entonces se quejaba todo dios.

Con los acelerones se te clavaban los hierros en los huevecillos y lo mismo al salir también había algún problema si se te enganchaba el pantalón. Reconozco que siempre desconfié un poco por si me abandonaban ahí subido, pero era mucho más entretenido que ir de enviado especial a por latas de atún. Además, que nunca encontraba nada de lo que me mandaban, en el caso de que lo encontrase no llegaba a cogerlo, y si finalmente me hacía con ello pues resulta que no eran en escabeche.

Los tiempos han cambiado y ahora incluso hacemos la compra por internet. Te despiertan unos chavales que te miran mal por estar recién levantado a mediodía, les echas un autógrafo y antes de que les puedas ofrecer algo de dinero para que te lo coloquen todo ya se han largado.

Hace tiempo en el Mercadona me di cuenta de que la era de los huevos contra el hierro también se está acabando y con los padres fuera de casa, son muchas las abuelas que tiran del carro, de la cesta o de lo que sea con tal de que el niño no incordie.