martes, 3 de noviembre de 2009

Penúltima parada en Cagliari

Hace una semana a estas horas a los del Alcorcón no les salía el pis. Hace una semana a estas horas también pensaba que hoy se cumpliría un año exacto desde que volví de Nueva York. Allí en la capital del mundo lo pasé muy bien y creo que es uno de los pocos lugares a los que tengo pensado volver. En cuanto mi reciente viaje a Cerdeña, creo que a no ser que un meteorito destruya todas las ciudades del planeta a excepción de Avilés y Valencia, Cagliari nunca será la capital más bella del mundo. Sin embargo, aquí también tengo pensado volver aunque sea en otra visita de metesaca (por su brevedad). A Cagliari, digo.

En primer lugar, debo agradecer a la Señora Josefina los bollos preñaos que me envió por acoger a su hijo el basurero en casa durante la noche antes del viaje. A miles de metros del suelo y encerrados en el avión, el olor del chorizo se hizo intenso y mi olfato disfrutó tanto como mi paladar. El resto de pasajeros creo que también probó los bollos de alguna forma menos satisfactoria, pero esto es algo que nunca nos importó.

Ya entrando en materia, habría que señalar que aunque a Jaime nunca se le dieron bien los idiomas, teniendo en cuenta que el italiano es casi igual que el español y que el hombre lleva mes y medio allí, no hay excusa para que en sus ejercicios de aprendizaje siga españolizando la palabra “chao” después de revisarlos varias veces. Enfrentándonos a este traductor que proclama “querer recargare diez euros” cuando pone los testículos en las tiendas de telefonía móvil, cualquier intención de que nos ilustrase acerca del sardo se vino abajo nada más ser conscientes de que además, en el lugar, él y su compañero Fernando ya son una especie de mito por haberse cocido a tope veintiuna noches seguidas, tener una casa a la que todo el mundo conoce como meeting point Erasmus y ostentar otra serie de récords que van de la mano con los dos datos anteriores.

Como Jaime no había pisado apenas la facultad por razones obvias, el día anterior a nuestra llegada se enteró de que tenía que hacer dos exámenes seguidos a la hora que llegábamos, así que no pudo venir a recogernos y nos envió a un colega por dudar de nuestra capacidad para hallar su domicilio. Este colega tampoco pudo presentarse, así que al final tres españolas en calidad de amigas del amigo de un amigo vinieron a hacernos compañía hasta que el anfitrión hizo su aparición para ir a comprar mantas y provisiones para el primer paseo nocturno.

A lo largo de los cinco días siguientes han pasado cosas que uno no debe de contar para respetar la privacidad de los protagonistas, así que me veo obligado a evitar las partes en las que aparezcan acciones incívicas, referencias a pitos, violencia gratuita y vida nocturna en general porque todo eso ya lo contaré cuando me vaya de la lengua en vivo y en directo.

Vamos, que entre risotás catamos el mediterráneo y el sur de la isla en general, presenciamos el Cagliari 3 - Atalanta 0, les dije a todos los espaguetis con los que hablé que su país es una república bananera y nos volvimos con un italiano mucho más fluido que el del anfitrión. Todo esto, no sin antes recordarle que en cuanto nos recuperemos compraremos un billete de avión tirao de precio y nos presentaremos allí sin avisar. Esta vez no hará falta enviar a nadie a recogernos porque el olor de la sartén empantanada con la que dormíamos en la cocina nos guiará desde la estación a casa aunque no nos acordemos del camino. Si alguno de los compañeros ha perdido la guerra psicológica y la ha fregado, preguntaremos a algún Carabinieri porque estoy seguro de que la policía ya habrá tenido que volver a la casa de Fernando de Dios y Jaime la… Álvarez Fernández, hijo de Begoña celadora.

Sobra agradecer a Jaime y Fernando el habernos acogido como si aquello fuese la versión italiana del juerguero recreativo mansillés.